sábado, 25 de enero de 2014

Desfigurar ciudades

Meterle mano las a ciudades ha sido históricamente un pasatiempo de muchos políticos, mediante una práctica de autoritarismo secundado por infinidad de expropiaciones que bien puede hacer parecer a una democracia dictadura. Porque entre más idiota es un pueblo más dictatorial se vuelve un gobierno, por muchas elecciones que se celebren.
Las ciudades suelen tener en su mayoría algo en común: un nacimiento arbitrario. Nacían cuando un grupo de colonos tras mucho viajar encontraban un lugar agradable con agua cercas. Eso era lo único que hacía falta para que surgieran, aunque el hecho de que llegaran a ser ciudad y no se quedara en pueblo dependía de la economía.
Con esa arbitrariedad es de suponerse que todo creciera como Dios daba a entender a los colonos. Cada quien se acomodaba cómo podía y dónde le gustaba. Y con el crecimiento de la población la cosa se ponía más fea que buena en el correr de los siglos, con calles estrechas (quién podía imaginar que inventarían el automóvil), emplazamientos en zonas de riesgo, avenidas bloqueadas por edificios, nodos reducidos que se volvían zonas de mala muerte; insalubridad e inseguridad al por mayor.
Pero, por otro lado, pese al crecimiento sin el menor cuidado urbanístico, las ciudades cobraban identidad, se creaban los hitos e iconos, edificios y monumentos mal ubicados pero queridos por la población y que siglo tras siglo ganaban valor histórico.
No obstante, durante el renacimiento europeo les dio a los gobernantes por hacer ciudades bonitas. Siglos después surgió el automóvil, se pusieron de moda las grandes avenidas, anchas, ajardinadas, los remates visuales, y las calles angostas ya no fueron funcionales, de por sí que nunca lo habían sido mucho.
Y esa moda de embellecer y hacer más prácticas las ciudades, les dio a los políticos el pretexto idóneo para liquidar la historia cada que les diera la gana. Cuando en la segunda mitad del siglo XIX a Napoleón III le dio por cargarse una parte de París, con siglos de antigüedad, con tal de embellecer lo restante, quedó claro que no había límites.
Desde entonces los políticos, a los que siempre les da por sentirse faraones, deciden a veces borrar del mapa la historia, con tal conseguir una amplia avenida que probablemente no era muy necesaria o la opción más pertinente. Pero, con el argumento de “es por el bien común”, muchas veces se demuelen no sólo edificios, sino trozos de una mancha urbana que se habían ganado con siglos el nombre de iconos.
Evidentemente una ciudad moderna puede coexistir con su pasado y ser aún más bella, más histórica, atrae más al turismo, aunque conservarla y adecuarla a la evolución de una sociedad no es cosa sencilla. Y los políticos quieren hacer todo en un período de gobierno, por lo que les resulta más sencillo derribar.

viernes, 24 de enero de 2014

La arquitectura de los poderosos: de los antiguos griegos a los narcos y las estrellas de hoy, pasando por Napoleón y Hitler

Los hombres no cambian mucho a través de los siglos. Cambian las costumbres, los hábitos y casi todas las modas, pero hay algo que une a los hombres de todos los tiempos: su amor por el poder. Y eso deriva en otra característica: el estilo arquitectónico que los poderosos han elegido durante veinticinco siglos para construirse monumento a la gloria de sí mismos. A los malos y a los que pasaron a la historia con fama de buenos, a dictadores, demócratas, comunistas, derechistas, socialistas, moderados, jefes de El Vaticano, empresarios, narcos, artistas y otro tatos los une un gusto por el mismo modelo formal de edificio.
Los griegos hicieron un diseño que complementaron después los romanos, hace más de dos milenios, y después le gustó mucho a Hitler, pero antes le había encantado a Napoleón y a los Padres Fundadores de los Estados Unidos, en tanto que hoy es el favorito de los narcos.
En el libro La arquitectura de los poderosos se hace una amena reseña de la historia de la arquitectura clásica, la cual ha muerto y renacido a lo largo de veinticinco siglos y siempre con un fin inconfundible: el que su estilo sirva para hacer monumentos a los poderosos.
El libro se puede comprar en Amazon para leerse en una tableta, a tan sólo 13 pesos.