Nunca he entendido cómo es que
los políticos, empecinados en sentirse depositarios de una misión paternalista
con los pueblos, se empeñan en usar la historia como fuente de educación, como guía
moral y como paraíso de virtudes, con toda la intención de educar a los niños,
a los adolescentes, a los jóvenes y, en fin, a toda la población.
El problema que allí radica, el
gran problema, es que para darle tal uso a la historia, es imprescindible la necesidad
de falsearla, de alterarla, de contarla mal, de tener una jauría de académicos a
sueldo del gobierno que, cuando alguien contradice el oficialismo, saltan
encima del apostata para desprestigiarlo.
Porque ningún país tiene una
historia moralmente perfecta. Los Padres Fundadores de yanqulandia, grandes intelectuales
que pusieron los cimientos de una hiperpotencia y, aceptémoslo, de la
democracia que mejor funciona en el planeta, esos grandes hombres que tanto
escribieron en favor de la libertad…: tenían
esclavos.
Pero digamos que en Estados
Unidos no son tantos los pecados que ocultan de sus héroes, toda vez que puede
haber cosas que el mundo observa con horror y para los yanquis son proezas
inmortales. En México, por el contrario, vaya que sí se han ocultado más cosas.
Callamos, por ejemplo, que el cura Hidalgo, un hombre de Dios, era sumamente
despiadado con sus enemigos, y a veces con quienes ni siquiera lo eran; que el
general Vicente Guerrero llegó a desear que el embajador yanqui fuera su
presidente; que Santa Anna no fracasó sólo en la guerra (fracasó con él todo el
país); que Juárez también pensaba vender un trozo de su patria a cambio de
poder; que los franceses no se fueron dejando solo a Maximiliano por la bravura
de las tropas juaristas (se fueron amenazados por ejercito de los Estados
Unidos); que Villa siempre fue más eficiente como asesino desalmado (con sus
propias manos) que como general; que Díaz dejó al país casi intacto, pero que “los
héroes” que lo llevaron al exilio no supieron repartirse bien el pastel y
terminaron matándose unos a otros durante muchos, muchos años…, y de pasada,
claro, dejaron el país en la más completa ruina.
Y en fin que, como ya lo dije, la historia no
puede ser un manual de moralidad. Para que sea tal cosa, indudablemente tenemos
que falsearla.
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