Esta novela corta es una especie
de “visión de los vencidos” desde la perspectiva de un niño, un niño mexica que
se siente orgulloso de ser lo que es, de su pueblo y del emperador que todo lo
domina, del respeto y temor que causa el imperio donde le ha tocado la suerte
de nacer, y del porvenir que le aguarda.
Pero su infancia y sus proyectos
de vida, su familia, su ciudad y la cosmovisión en la que ha sido educado se
desmoronan con la llegada de unos guerreros que montan venados sin cuernos, guerreros
salvajes y despiadados que de un día para otro lo destruyen todo.
El niño observa, desde su
ignorancia y su inocencia, desde su cuadrado mundo, cómo su emperador huye para
caer al poco tiempo prisionero del enemigo, cómo todo a su alrededor lo destruyen
y cómo lo envuelve la nada, y cómo llega el fin de todo sin perder
necesariamente la vida.
Estamos ante una historia que nos
ofrece esa visión desde la infantil ignorancia que tiene que ver más no aceptar
que su mundo entero desaparece, con la única posibilidad a fin de cuentas de
caminar tristemente hacia la nada, a si ver allá ha quedado algo.
La novela no pretende instruirnos
sobre la historia de la conquista, sino llevarnos
a intentar imaginar cómo fue aquella masacre vista por un niño, y, ante todo,
cómo lo vivió ese niño. Creo que en ese único objetivo – el del niño que lo ve todo
pero que no logra comprender nada, ya explorado por otros autores en otras tragedias
de la humanidad- la novela fracasa. No logra llevarnos a la pena que siente el
niño porque todo, todo ese drama de muerte, de desesperación, de dioses que se
negaron a última hora a ayudar a sus fieles, transcurre muy rápido.
El argumento, aunque trillado, es aceptable. En el desarrollo es
donde quizás el autor nos sale a deber. En fin, que para todo hay gustos y
opiniones.
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