domingo, 13 de marzo de 2016

El Juarismo como símbolo

Cualquier mexicano adulto que haga un poco de memoria y recuerde sus días de primaria y secundaria sin duda recordará que el propósito del plan de estudios en la asignatura de Historia de México consistía básicamente en meter a Juárez en la mente del niño como un símbolo nacional impoluto e inalterable, un ejemplo, un caudillo al que la patria tenía mucho que agradecer y cuyos principios el régimen actual practicaba religiosamente.
Esto no se debía a que el PRI anterior a Fox fuera realmente un continuador de Juárez y sus ideas. El PRI fue una dictadura que cambió de derecha a izquierda conforme los vaivenes de la política internacional lo arrastraban. Su continuidad liberal hacia Juárez y el juarismo nunca existió.
Pero Juárez se hizo secuestrable como símbolo para políticos descarados que quisieran lucrar con su imagen. Un indio del origen más humilde que no tenía ni el español por su lengua materna, idolatra de la ley, riguroso con el gasto público, con una voluntad de hierro, enfundado siempre en una imagen de juez recto, de patriarca sabio que perdura hasta nuestros días, es el símbolo ideal para los pueblos que añoran buenos políticos.
Juárez tuvo defectos, como todo hombre, pero en las turbulentas épocas en que le tocó acompañar a su país en un cargo importante no flaqueó; sí que cometió errores, no perdonó a sus enemigos y algunas veces ni a sus amigos. Pero fue un gran presidente que llegó tan lejos como a arriesgarse a ser considerado un traidor en aras de un país mejor, con leyes que permitieran una noble convivencia entre los mexicanos y un comercio sano.
Pero un hombre así no es imitable para la clase política, la clase política necesita dinero, inmunidad y privilegios, no sacrificarse. Juárez no fue abordado por el PRI con la intención de portarse a su imagen y semejanza. Sólo se apropiaron del símbolo. El buen uso de los símbolos del pasado muchas veces ayuda a que un pueblo no note la corrupción del presente. Ésa fue la función de Juárez con el PRI.

miércoles, 9 de marzo de 2016

El amigo del sicario – Adam J. Oderoll

Las más grandes novelas de Rusia y quizás de Europa fueron escritas en el siglo XIX por un puñado de grandes escritores que no hicieron más que retratar a su época y a su país, esa Rusia Zarista que practicó la esclavitud mucho después de que las monarquías absolutistas se habían desmoronado en todo el continente.
Hay quien dice que sólo así nacen las grandes novelas y en general las grandes obras de arte, las que describen la realidad tal cual es y en su momento, no medio siglo después cuando ya no levantan polvo. Pues bien, hoy, después de una larga ausencia, quiero hablar de El amigo del sicario, una novela mexicana que describe a México tal cual es justo ahora.
La novela nos lleva a conocer la historia de Sebastián, un niño educado en un pueblo por su abuela, de quien aprende el valor de la amistad con  principios épicos, de otros tiempos, cuando un amigo no era alguien a quien practicarle bullying sino alguien por quien se daba la vida. Pero Sebastián, por más que lo desea, no tiene ningún amigo, no va a la escuela y no convive con nadie. Al morir su abuela es enviado a la ciudad con sus padres, quienes no le hacen mucho caso.
El niño pasa el día en las calles, caminando, con hambre, en busca de un amigo al cual tratar como le enseñó su anciana abuela, con respeto, con honor, aceptándolo tal cual es, sin reparar en sus defectos. Un buen día ese amigo aparece con el nombre de Karonte, el mejor sicario de México, el más infalible y letal, una leyenda que causa miedo a su paso. Pero el Karonte no quiere amigos, no sabe incluso qué es a grandes rasgos la amistad. No obstante, se sorprende al ver que el niño no le tiene miedo, que le ofrece su amistad sabiendo cuál es su oficio.
Consumada la amistad, cada cual hace lo mejor para agradar a su amigo. El niño es todo un caballerito medieval, en su presencia nadie puede ofender a su matón amigo sin irritarlo. El sicario se convierte en un recipiente que absorbe todos los valores que el niño destila, todas sus máximas, y más que todas una: un hombre nunca perdona al que lastima a su amigo.
Pronto una ciudad atestada de criminales, y de policías y políticos corrompidos hasta la medula, cae en un reinado del terror porque el Karonte, el mejor sicario de todos, deambula en su camioneta Ford clásica dispuesto a dar la vida pero primero a matar a cuantos haga falta sólo por una poderosa razón, salvar a un amigo.
Una novela que nos lleva al violento México actual, con todo, absolutamente todo, lo que eso implica. Pero también una obra que nos lleva a conocer el valor de la amistad, ese que quizás sí ya no es actual, sino que se quedó perdida en otros tiempos.