lunes, 13 de abril de 2020

La moral y la historia

Nunca he entendido cómo es que los políticos, empecinados en sentirse depositarios de una misión paternalista con los pueblos, se empeñan en usar la historia como fuente de educación, como guía moral y como paraíso de virtudes, con toda la intención de educar a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes y, en fin, a toda la población.
El problema que allí radica, el gran problema, es que para darle tal uso a la historia, es imprescindible la necesidad de falsearla, de alterarla, de contarla mal, de tener una jauría de académicos a sueldo del gobierno que, cuando alguien contradice el oficialismo, saltan encima del apostata para desprestigiarlo.
Porque ningún país tiene una historia moralmente perfecta. Los Padres Fundadores de yanqulandia, grandes intelectuales que pusieron los cimientos de una hiperpotencia y, aceptémoslo, de la democracia que mejor funciona en el planeta, esos grandes hombres que tanto escribieron en favor de la libertad…: tenían esclavos.
Pero digamos que en Estados Unidos no son tantos los pecados que ocultan de sus héroes, toda vez que puede haber cosas que el mundo observa con horror y para los yanquis son proezas inmortales. En México, por el contrario, vaya que sí se han ocultado más cosas. Callamos, por ejemplo, que el cura Hidalgo, un hombre de Dios, era sumamente despiadado con sus enemigos, y a veces con quienes ni siquiera lo eran; que el general Vicente Guerrero llegó a desear que el embajador yanqui fuera su presidente; que Santa Anna no fracasó sólo en la guerra (fracasó con él todo el país); que Juárez también pensaba vender un trozo de su patria a cambio de poder; que los franceses no se fueron dejando solo a Maximiliano por la bravura de las tropas juaristas (se fueron amenazados por ejercito de los Estados Unidos); que Villa siempre fue más eficiente como asesino desalmado (con sus propias manos) que como general; que Díaz dejó al país casi intacto, pero que “los héroes” que lo llevaron al exilio no supieron repartirse bien el pastel y terminaron matándose unos a otros durante muchos, muchos años…, y de pasada, claro, dejaron el país en la más completa ruina.
Y en fin que, como ya lo dije, la historia no puede ser un manual de moralidad. Para que sea tal cosa, indudablemente tenemos que falsearla.