viernes, 27 de febrero de 2015

El arte prehispánico como símbolo de México

Recuerdo que cuando era niño me llamaban la atención las figuras del arte prehispánico que figuraban en algunos billetes y monedas. Con el paso del tiempo, al transcurrir mi niñez, me fui dando cuenta de que piezas como  la Piedra del Sol, cabezas olmecas, pirámides o los chac mool, entre otras, eran símbolos de México profundamente arraigados, parte de la identidad cultural del país, pero ¿ha sido así siempre?
La historia nos dice que no. La Nueva España fue fundada sobre la degradación del arte de las antiguas culturas por pagano y por contradecir a los cánones estéticos europeos. Apenas unos años antes de que iniciara la guerra de independencia, fueron descubiertas la Piedra del Sol y la Coatlicue en unas excavaciones en la Ciudad de México. Esta última fue vuelta a enterrar porque causó horror a quienes la vieron.
Los fundadores del México independiente tampoco hicieron mucho caso a lo que habían producido los antiguos mexicanos. Lucas Alamán logró la creación de un museo donde las piezas estaban aventadas al ahí se va como en una especie de basurero. Llamaba mucho la atención que los extranjeros les dedicaran tanta atención y estudio a esas piezas tan “feas”, grotescas, símbolos de barbarie.
Maximiliano fue sin duda el primer gobernante mexicano en interesarse tanto por el arte antiguo como por los indios vivos. Era un hombre acostumbrado, gracias a sus muchos viajes, a las diferentes bellezas del arte. El ejército francés también llegó con una expedición científica como otrora lo hiciera Napoleón I en Egipto, con el fin de hacer investigaciones sobre sobre ese exótico patrimonio de los mexicanos. Pero a éstos, los dueños de esas reliquias, en su mayoría les daba igual si se las llevaban o las volvían a enterrar.
Mas, extrañamente, con la muerte de Maximiliano y la partida de ejército francés el arte prehispánico no volvió a quedar en el olvido. Sin duda fue afectado por el cambio que se dio en la sociedad. México había obtenido su segunda independencia y ése fue un buen pretexto para formar una nueva identidad cultural en la que el pasado se unía al presente: empezaron a surgir arqueólogos mexicanos interesados en explorar lo que todavía era un mudo desconocido, había pirámides enterradas, ciudades perdidas en las selvas y casi todas las cabezas olmecas faltaban por desenterrar.
Poco a poco el arte prehispánico empezó a donar iconos y más aún símbolos al pueblo mexicano, tanto hasta llegar a un época en la que tales monumentos tienen casi un carácter sacro donde son de todos pero nadie puede tocarlos más que un Estado celoso con la intención preservar una manera caduca de fomentar un nacionalismo innecesario. 

miércoles, 25 de febrero de 2015

Bibliografía para estudiar el Segundo Imperio y a Maximiliano

No me considero en absoluto un experto en el Segundo Imperio mexicano, pero sí que lo he estudiado por muchos años y es, a decir verdad, mi trozo favorito de la historia de México. Tengo en mi biblioteca una nada desdeñable cantidad de libros que podrían servir como una sólida bibliografía a la hora de escribir un ensayo sobre ese período histórico, una biografía de Maximiliano o de Carlota e incluso del propio Juárez. Hace unos días me preguntaron qué libros recomendaría precisamente como material bibliográfico para escribir un ensayo sobre el Segundo Imperio. Pues bien, las lecturas que recomiendo son las siguientes (muchas de ellas ya las he reseñado aquí):
Primero que nada, habrá que situarse en el contexto histórico; no se entiende a un personaje ni sus errores ni sus acciones si no conocemos dónde estaba parado, en qué sociedad y en qué situación sociopolítica vivía. En esto mucho ayudan las novelas históricas, y más aún las que fueron escritas en esa época (que entonces no eran históricas si no costumbristas, pero que ahora las vemos como históricas).
El Cerro de las Campanas, de Juan Antonio Mateos es sin duda una novela imprescindible para adentrarse en el Segundo Imperio, pero hay que acompañarla de otras lecturas como Clemencia y también de la obra de un escritor ya posterior al imperio, los Episodios nacionales de Victoriano Salado. Aunque me parece un novelón insufrible, Noticias del Imperio es una novela bastante bien documentada, y ni qué decir del Último príncipe del Imperio mexicano, muy reciente pero bastante bien soportada. Y como epilogo al repaso de las novelas sería imprescindible Juárez en el Convento de las Capuchinas: la reunión secreta con Maximiliano.
La parte importante vendrían a ser las biografías. La mejor, sin duda, es la del conde Corti: Maximiliano y Carlota, un libro tan bien escrito como bien documentado. Pero a Corti se le considera algo obsoleto pese a que escribió la obra sobre Maximiliano con mayor soporte bibliográfico. Los libros de Konrad Ratz vendrían a ser ideales para tapar las lagunas que haya podido dejar abiertas Corti. Ratz es un respetado estudioso del Segundo Imperio, su libro, Tras las huellas de un desconocido, si mal no recuerdo publicado en el 2009, vino a tirar muchos mitos y mentiras sobre Maximiliano. También ha editado la correspondencia de la pareja imperial y los informes del barón Magnus, embajador de Prusia en México, al mismísimo Canciller de Hierro. Otra biografía importante sobre Maximiliano la escribió José Manuel Villalpando, aunque remató la tarea con una novela un tanto flojona y poco atractiva titulada Yo emperador.
Las biografías de Juárez tampoco podrían faltar a la hora de estudiar el imperio. Las hay muchas: criticas, neutrales y hagiográficas. Yo recomiendo principalmente dos: la de Justo Sierra y la de Ralph Roeder. Pero evidentemente, aparte de Juárez y Maximiliano, se deben de estudiar a los demás personajes relacionados con el Imperio. Desde Napoleón III y su esposa Eugenia de Montijo, de quienes abundan biografías más por su papel en México por haber sido emperadores de Francia, hasta los generales mexicanos de ambos bandos. Aquí la tarea de hallar libros es difícil, ya que biografías sólo encontramos de Porfirio Díaz, por su posterior papel como dictador, y de Miguel Miramón, por su bravura y carisma. Sin embargo, pelearon entonces infinidad de generales de quienes resulta imposible hallar un buen libro siquiera en un bazar.
Los libros de memorias también son imprescindibles, sobre todo las de protagonistas como José Luis Blasio, el conde Khevenhüller, Porfirio Díaz, el Dr. Basch y los príncipes Salm Salm, por más mentirosas que hayan sido  estos últimos.
Los ensayos como La Intervención francesa en México, del ruso A. Belenki y Ensayo de un Imperio en México, del francés Masseras, también resultan de gran ayuda y nos brindan una visión desde una perspectiva diferente a la que nos ofrece la bibliografía nacional.
Quisiera mencionar también los libros de los viajeros que vinieron a México en el siglo XIX, pero son demasiados y este texto ya se hizo muy largo. Así que considérese la presente apenas una pequeña selección, muy selectiva, sobre la gran cantidad de libros que se pueden consultar para nutrirnos  o incluso escribir nuestra propia versión del II Imperio.

martes, 24 de febrero de 2015

México mutilado – Francisco Martín Moreno

Hace ya algunos años leí México mutilado, pecado de juventud diría un célebre arquitecto.  Se trata de la obra más famosa de Francisco Martín Moreno antes de sus Arrebatos carnales. Leí este libro porque fue el más fácil de hallar en un momento en que pretendía saber qué pasó con esa parte del norte de México tan rica en oro como en petróleo que se perdió en un momento de nuestra historia que nos negamos a estudiar tanto como a olvidar.
La guerra contra los Estados Unidos ha sido siempre el período más doloroso para los mexicanos. Es una espina clavada que duele  tanto por lo que se perdió como por cómo se perdió. México no sacó de allí más que un deslustrado empate en la Angostura del que nadie quiere hablar primero porque abordar el tema es a la vez hablar de la derrota y de la humillación y segundo porque fue la mejor batalla del innombrable Santa Anna, presuntamente traidor en esa guerra y en esa batalla, la mejor de las muchas que encabezó en su larga, caótica, a veces ridícula y triste vida militar.
Algún sociólogo diría que desde la Angostura nos acostumbramos a celebrar los empates como si fueran victorias -sobre todo en el fútbol-, quizás porque éstas se nos niegan con demasiada frecuencia.
Francisco Martín Moreno aborda esa triste guerra en esta novela. Una novela mal contada, por cierto, en la que parece que el propio autor en algún momento se aburrió de escribir. En ella hay dos protagonistas, Santa Anna y Polk. El primero es un amante del poder tanto como de glorias falsas y mulatas. Santa Anna no busca más que protagonismo sin esfuerzo y descanso para liberar el aburrimiento que le causa la política; es un pillo mentiroso capaz de todo con tal acrecentar su ego, y con apenas una diluida pizca de patriotismo que le aflora muy de vez en cuando.
Polk en cambio es un lobo con los colmillos bien afilados, adicto al trabajo y obsesionado con incrementar el territorio de su país quizás ya vislumbrado que años más tarde llegaría a ser con mucho el más poderoso del mundo. La novela es una enorme fila de enormes párrafos que buscan divertir a la vez que ilustrar logrando a medias sólo lo segundo, en donde se aprecia la terriblemente caótica situación política y militar de México, convirtiéndose poco a poco en un país al que se le puede derrotar con un cañonazo. Y, por otro lado, exhibe a un Polk trazando meticulosamente un plan del que un vecino débil no puede de ningún modo salir bien librado.
El libro como obra literaria es peor que la cicuta, y como obra didáctica es digerible sólo si se toma como introducción. También advierto que aquí no se ve por ningún lado al heroico batallón de San Patricio defendiendo un suelo ajeno con más valor del que demostraron los soldados mexicanos. Tampoco al hijo póstumo de Iturbide -salvo una breve mención- peleando con bravura para defender al país que había liberado su fusilado padre.

lunes, 23 de febrero de 2015

Apuntes para mis hijos –Benito Juárez

La mayoría de los políticos  escriben y dicen unas cosas y hacen otras totalmente diferentes. Eso no tiene nada de raro: la naturaleza del político es mentir para prosperar en sus proyectos personales. Pocos son los que tratan de hilar congruencia entre dichos y hechos. Y aunque motivos para criticarle siempre habrá si tomamos la precaución de situarnos en su contexto histórico, Juárez fue uno de esos hombres que buscó la congruencia y tal vez no para la posteridad, si no para conciencia como político, como mexicano y como padre.
Su libro Apuntes para mis hijos es una joya literaria, un manual del buen político y una prueba de su sensatez. En esta pequeña obrita el presidente recoge su vida hasta mucho antes de que fuera el hombre que pasó a la historia. Juárez nos habla aquí de su condición de niño indígena, de su calidad de protegido de un cura que pretendía que tomara los hábitos, de su aborrecimiento por esa sola idea, de su interés por la jurisprudencia, sus luchas como abogado contra el fanatismo y la corrupción.
Pero la parte más valiosa del libro es su etapa como gobernador. Juárez, sin decirlo nunca y quizás sin pretenderlo pero hablando de su experiencia, nos habla de un modelo de buen gobernador, de un liberal que intenta fomentar el libro comercio, no obstruirlo ni ser parte de él como político pero  sí facilitarlo, de su pleno convencimiento de que religión y leyes juntas son nocivas para el desarrollo de la sociedad, y de que el imperio de la ley es indispensable y vale la pena cualquier sacrificio para lograrlo.
Es lamentable que este libro no sea un clásico en el estudio de la historia de México. Y no lo es sencillamente porque se queda muy lejos de llegar a la etapa en la que el presidente habría de contar por qué no perdonó a Maximiliano, que es la parte que interesa de Juárez a todo el mundo. Pero bueno sería que este libro tuviera más seguidores de los que tiene, porque aquí Juárez nos habla del honor y la dignidad con que habría de actuar un buen político -de cualquier nivel de gobierno-, de esos que, por desgracia, en México no hay.