La mayoría de los políticos escriben y dicen unas cosas y hacen otras
totalmente diferentes. Eso no tiene nada de raro: la naturaleza del político es
mentir para prosperar en sus proyectos personales. Pocos son los que tratan de
hilar congruencia entre dichos y hechos. Y aunque motivos para criticarle
siempre habrá si tomamos la precaución de situarnos en su contexto histórico, Juárez
fue uno de esos hombres que buscó la congruencia y tal vez no para la
posteridad, si no para conciencia como político, como mexicano y como padre.
Su libro Apuntes para mis hijos es una joya literaria, un manual del buen
político y una prueba de su sensatez. En esta pequeña obrita el presidente recoge
su vida hasta mucho antes de que fuera el hombre que pasó a la historia. Juárez
nos habla aquí de su condición de niño indígena, de su calidad de protegido de
un cura que pretendía que tomara los hábitos, de su aborrecimiento por esa sola
idea, de su interés por la jurisprudencia, sus luchas como abogado contra el
fanatismo y la corrupción.
Pero la parte más valiosa del
libro es su etapa como gobernador. Juárez, sin decirlo nunca y quizás sin
pretenderlo pero hablando de su experiencia, nos habla de un modelo de buen
gobernador, de un liberal que intenta fomentar el libro comercio, no obstruirlo
ni ser parte de él como político pero sí
facilitarlo, de su pleno convencimiento de que religión y leyes juntas son
nocivas para el desarrollo de la sociedad, y de que el imperio de la ley es indispensable
y vale la pena cualquier sacrificio para lograrlo.
Es lamentable que este libro no
sea un clásico en el estudio de la historia de México. Y no lo es sencillamente
porque se queda muy lejos de llegar a la etapa en la que el presidente habría
de contar por qué no perdonó a Maximiliano, que es la parte que interesa de
Juárez a todo el mundo. Pero bueno sería que este libro tuviera más seguidores
de los que tiene, porque aquí Juárez nos habla del honor y la dignidad con que
habría de actuar un buen político -de cualquier nivel de gobierno-, de esos que,
por desgracia, en México no hay.
Gracias Sr. Por darme una patria.
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