jueves, 19 de marzo de 2015

El arte gótico en México

Uno de los estilos artísticos del pasado más hermosos, más enigmáticos e intimidantes sin duda es el gótico. Se trató de la consolidación, y evolución, del arte románico, toda vez que éste había sido más que una búsqueda de belleza un rompimiento con el arte clásico pagano del gran imperio que había sido Roma.
El gótico no llegó a México en su presentación arquitectónica.  Cuando Cortés invadió y conquistó el país Europa estaba disfrutando de los avances del renacimiento, por lo que ningún edificio con sus rosetones y su pináculo alargado se edificó no sólo en nuestro país sino en cualquier otra parte del continente.
Pero con la escultura hubo mejor suerte. Infinidad de templos del siglo XVI en varias partes del país están engalanados con obras góticas. La justificación de este anacronismo es fácilmente explicable. Los frailes evangelizadores, además de que no eran artistas, tenían por misión no innovar en las artes sino arrimar a los indios al cristianismo. Querían que éstos se empaparan del arte cristiano, y daba igual que fuera románico, gótico o renacentista, este último el contemporáneo por entonces.
Al haber en la escultura mucha más libertad que la arquitectura por sus dimensiones, costos, usos y responsabilidades, no fue difícil que bastantes estaturas religiosas fueran producidas en arte gótico, a partir de dibujos traídos del viejo continente.
La arquitectura tuvo que esperar varios siglos para imponer su belleza en el país. Pero ya no como gótica sino como neo. En el período romántico de las artes el estilo fue nuevamente adoptado en Europa y, como entonces las modas cruzaban el atlántico al igual que ahora, pronto empezó a germinar en América el gusto por la arquitectura neogótica.
Pero en México se edificó más bien poca. Algunas ciudades sólo cuentan con un ejemplar y otras con ninguno. El Santuario Guadalupano de Zamora quizás sea la obra más costosa que se hizo en el país en este estilo. ¿Por qué no se inundó México de neogótico pese a su gran belleza? Porque el gusto de la sociedad porfirista obedecía ciegamente al estilo neoclásico como parte de su característico afrancesamiento.
Quizás pudo haber evolucionado con los años hasta llegar un momento en que el neogótico superara por fin al neoclásico y hoy tendríamos muchas de esas hermosas, esbeltas y misteriosas iglesias, pero llegó la revolución y con ella en México, al igual que en Europa con la Gran Guerra, cambió todo en cuanto al arte se refiere. Una pena.

viernes, 13 de marzo de 2015

200 años de poesía mexicana

Este libro es una recopilación de poesías mexicanas a lo largo de dos siglos. Están los mejores. Y otros de relleno. Se trata de una edición conmemorativa que surgió con motivo del bicentenario de la independencia y del centenario de esa matanza por intereses políticos y egoístas que muchos torpemente, y por ignorancia o conveniencia, conocen como una revolución por los derechos de las clases más menesterosas. Nada más lejos de la triste realidad.
Pese a que es un libro que podríamos llamar de colección, no es tapa dura, mas por el contenido bien vale la pena hacerse de él. No sólo están los poetas consumados, sino otros escritores que débilmente se dedicaron a la poesía. Encontramos poemas de Andrés Quintana Roo y Fernando del Paso. Falta Álvaro Obregón con sus Fuegos fatuos, un poema tan extraordinario que merece ser difundido aunque lo haya escrito un matón venido a presidente con delirios de faraón. La poesía no se juzga por quién la escribe ni para quién. Es una breve reseña en clave de la evolución de la vida, de sus miserias y sus tristezas, de sus recuerdos más dolorosos que a veces, algunas pocas, se convierten el bellisímos poemas.
En fin, un libro ideal para quien quiera reunir en poco espacio a casi todos los poetas que han nacido y escrito desde poco antes que México fuera un país independiente.

miércoles, 11 de marzo de 2015

La ruta de la libertad – Fernando Benítez

De Fernando Benítez ya he hablado anteriormente. Reseñé si impagable novela El rey viejo, una de las mejores novelas mexicanas del siglo pasado y quizás la mejor de las que tienen a la revolución mexicana como marco.
El autor dio vuelo a su prosa con la historia de México. Se ocupó de personajes y períodos desde la conquista hasta la revolución, lo que le dio el honor de ser uno de los más refutados hombres de letras de su tiempo, y de su carrera como escritor, que no fue para nada corta.
En La ruta de la libertad se ocupada nada menos que de Hidalgo. El libro es de mediados del siglo pasado, época en la que todavía el cura era por decreto el padre de la patria, un genio militar y político de manera indiscutible. Recordemos que como el propio pueblo de México fusiló a sus dos consumadores de la Independencia, Iturbide y Guerrero, sobre Hidalgo recayeron todos los títulos y honores dado que él fue fusilado mientras luchaba por la libertad de su país, por más que el propio cura haya dejado claro que su guerra era una rebeldía contra el rey usurpador de España, José Bonaparte.
El libro no es muy extenso, de hecho narra solo la ruta que siguió Hidalgo hasta que fue derrotado, capturado y pasado por las armas. Benítez evita en todo momento glorificar al cura, pero sí es muy respetuoso y muestra una gran admiración por el personaje.
En la última página deja claro que México es libre gracias a “ese pequeño anciano que cayó bañado en sangre en Chihuahua”, en un desierto, mal sitio para morir tratándose de un hombre que toda su vida había radicado en lugares con eterna primavera.

martes, 10 de marzo de 2015

Adios, Mona Lisa –Roberto Zapperi

El título de este libro surge partiendo del hecho que pretende probar que la mujer que prestó al rostro a Da Vinci para el retrato más famoso del mundo no es Lisa Gherardini, la esposa del mercader Francesco Giocondo. El autor atribuye este error que ha perdurado por medio milenio a la necesidad de los historiadores del arte de creer a  Giorgio Vasari cuando escribió en su libro Vidas de artistas que el rey de Francia poseía un cuadro pintado por Leonardo Da Vinci, cuya retratada era Lisa Gherardini.
Vasari escribió su libro muchos años después de la muerte de Leonardo y, según Zapperi, no contaba con información sólida para hacer tal afirmación. El autor toma desde el principio otra línea de investigación: las memorias de un viaje de un clérigo llamado Antonio de Beatis, secretario del rico y aristocrático cardenal Luis de Aragón.
Según de Beatis, su señor se entrevistó con Da Vinci en Francia, y éste le mostró el cuadro de la Mona Lisa y le dijo que se lo había encargado su fallecido mecenas, Juliano II de Médicis. Así las cosas, este vástago de la más famosa familia del renacimiento italiano no tenía por qué encargar el retrato de la esposa de un mercader, un tal Giocondo, al no conocer a ninguno de los dos.
Zapperi deja a un lado a esta familia enriquecida a medias por el comercio y se sumerge en la biografía de Juliano II de Médicis para averiguar quién pudo ser la mujer que tanto influyó en su vida como para que le encargara su retrato al más famoso maestro de la época. El autor se decanta por esta línea de investigación argumentando que si Da Vinci mismo confesó quién le había encargado esa pintura, ¿por qué creer a un tal Vasari, quien ni siquiera fue contemporáneo suyo?
La tarea de Zapeeri no fue sencilla, no porque Juliano fue un calenturiento, adicto a las mujeres y a la buena vida. Despreció las funciones de gobierno propias de su estirpe y se preocupó siempre por ir en busca del placer. Así que, ¿quién de todas sus amantes,  o de sus posibles amantes, podría ser la retratada en el cuadro que le encargó a Da Vinci?
A falta de documentación -como no sabía que la pintura sería después la más famosa del mundo, Da Vinci no dejó nada escrito sobre ella-, Zapperi se guía por tenues pistas en las que desde luego es muy sencillo perderse. Pero no le importa. Al concluir su libro, cree que ha aportado las pruebas necesarias para decir: Adiós, Mona (señora) Lisa (Lisa Gherardini), dando a entender que hay que despedirla porque ella no es la retratada en el cuadro que está en el Museo del Louvre.

lunes, 2 de marzo de 2015

Maximiliano prisionero de Miramar –Edmundo Domínguez Aragonés

Esta novela parte de la idea de que el emperador Maximiliano escapó -aunque en realidad no, pero abundar sería revelar el final- de Querétaro y pudo regresar a Trieste, a su amado castillo de Miramar, donde tuvo que vivir como prisionero, haciendo honor a su calidad de muerto.
Estamos en abril de 1912 -han pasado dos días del hundimiento del Titanic- contemplando a un Maximiliano ya envejecido, y contento de no haber sido invitado a navegar en el barco siniestrado, rodeado de sus piezas históricas que ha reunido en Miramar, entre ellas a la señora de Miramón, el príncipe Carl Khevenhüller, el doctor Samuel Basch, su cocinero Tüdös, Carlota y él, como la pieza más valorada dentro del museo.
A esta reunión eterna de ancianos enclaustrados en el imponente castillo se unen una reportera norteamericana y el hijo del emperador con la “india bonita”, aunque aquí no se llama Julián Sedano. La reportera ha acudido al castillo con la intención de que el emperador le revele cómo escapo.
Maximiliano, ya viejo y adicto al brandy, con su afición al arte intacta, cuenta su historia a la vez que recorre algunos pasajes de su vida, de la vida de miembros de su familia y las desgracias y sinsabores de ésta. Al final de la narración el lector se queda con la certeza de que el emperador sí fue fusilado para consolidación de la república y para no poner en duda la mano durísima de Juárez, pero también puede contemplar conmovido a ese viejo que habita Miramar, con aspecto fantasmagórico pero que es de carne y hueso -dentro de la novela, claro está-, con capacidad para resistir el brandy y buen conversador.
La novela en su gran mayoría tiende a la comicidad con más o menos éxito. Como ejemplo, podemos ver a un joven pintor Adolf Hitler que ha acudido a Miramar para que Maximiliano le pague unas acuarelas que le envió, pero también con la intención de obtener empleo embelleciendo el palacio. El futuro dictador se marcha furioso porque el pago por sus acuarelas no fue el que esperaba.
He disfrutado leyendo esta novela. Es buena sin llegar a tanto, muy original y algo divertida, no aburre, aunque abundan los errores que no fueron corregidos antes de mandarla a imprenta. Insisto en lo dicho en otras entradas: el Segundo Imperio mexicano es una fuente inagotable de literatura, buena, mala y regular.

viernes, 27 de febrero de 2015

El arte prehispánico como símbolo de México

Recuerdo que cuando era niño me llamaban la atención las figuras del arte prehispánico que figuraban en algunos billetes y monedas. Con el paso del tiempo, al transcurrir mi niñez, me fui dando cuenta de que piezas como  la Piedra del Sol, cabezas olmecas, pirámides o los chac mool, entre otras, eran símbolos de México profundamente arraigados, parte de la identidad cultural del país, pero ¿ha sido así siempre?
La historia nos dice que no. La Nueva España fue fundada sobre la degradación del arte de las antiguas culturas por pagano y por contradecir a los cánones estéticos europeos. Apenas unos años antes de que iniciara la guerra de independencia, fueron descubiertas la Piedra del Sol y la Coatlicue en unas excavaciones en la Ciudad de México. Esta última fue vuelta a enterrar porque causó horror a quienes la vieron.
Los fundadores del México independiente tampoco hicieron mucho caso a lo que habían producido los antiguos mexicanos. Lucas Alamán logró la creación de un museo donde las piezas estaban aventadas al ahí se va como en una especie de basurero. Llamaba mucho la atención que los extranjeros les dedicaran tanta atención y estudio a esas piezas tan “feas”, grotescas, símbolos de barbarie.
Maximiliano fue sin duda el primer gobernante mexicano en interesarse tanto por el arte antiguo como por los indios vivos. Era un hombre acostumbrado, gracias a sus muchos viajes, a las diferentes bellezas del arte. El ejército francés también llegó con una expedición científica como otrora lo hiciera Napoleón I en Egipto, con el fin de hacer investigaciones sobre sobre ese exótico patrimonio de los mexicanos. Pero a éstos, los dueños de esas reliquias, en su mayoría les daba igual si se las llevaban o las volvían a enterrar.
Mas, extrañamente, con la muerte de Maximiliano y la partida de ejército francés el arte prehispánico no volvió a quedar en el olvido. Sin duda fue afectado por el cambio que se dio en la sociedad. México había obtenido su segunda independencia y ése fue un buen pretexto para formar una nueva identidad cultural en la que el pasado se unía al presente: empezaron a surgir arqueólogos mexicanos interesados en explorar lo que todavía era un mudo desconocido, había pirámides enterradas, ciudades perdidas en las selvas y casi todas las cabezas olmecas faltaban por desenterrar.
Poco a poco el arte prehispánico empezó a donar iconos y más aún símbolos al pueblo mexicano, tanto hasta llegar a un época en la que tales monumentos tienen casi un carácter sacro donde son de todos pero nadie puede tocarlos más que un Estado celoso con la intención preservar una manera caduca de fomentar un nacionalismo innecesario. 

miércoles, 25 de febrero de 2015

Bibliografía para estudiar el Segundo Imperio y a Maximiliano

No me considero en absoluto un experto en el Segundo Imperio mexicano, pero sí que lo he estudiado por muchos años y es, a decir verdad, mi trozo favorito de la historia de México. Tengo en mi biblioteca una nada desdeñable cantidad de libros que podrían servir como una sólida bibliografía a la hora de escribir un ensayo sobre ese período histórico, una biografía de Maximiliano o de Carlota e incluso del propio Juárez. Hace unos días me preguntaron qué libros recomendaría precisamente como material bibliográfico para escribir un ensayo sobre el Segundo Imperio. Pues bien, las lecturas que recomiendo son las siguientes (muchas de ellas ya las he reseñado aquí):
Primero que nada, habrá que situarse en el contexto histórico; no se entiende a un personaje ni sus errores ni sus acciones si no conocemos dónde estaba parado, en qué sociedad y en qué situación sociopolítica vivía. En esto mucho ayudan las novelas históricas, y más aún las que fueron escritas en esa época (que entonces no eran históricas si no costumbristas, pero que ahora las vemos como históricas).
El Cerro de las Campanas, de Juan Antonio Mateos es sin duda una novela imprescindible para adentrarse en el Segundo Imperio, pero hay que acompañarla de otras lecturas como Clemencia y también de la obra de un escritor ya posterior al imperio, los Episodios nacionales de Victoriano Salado. Aunque me parece un novelón insufrible, Noticias del Imperio es una novela bastante bien documentada, y ni qué decir del Último príncipe del Imperio mexicano, muy reciente pero bastante bien soportada. Y como epilogo al repaso de las novelas sería imprescindible Juárez en el Convento de las Capuchinas: la reunión secreta con Maximiliano.
La parte importante vendrían a ser las biografías. La mejor, sin duda, es la del conde Corti: Maximiliano y Carlota, un libro tan bien escrito como bien documentado. Pero a Corti se le considera algo obsoleto pese a que escribió la obra sobre Maximiliano con mayor soporte bibliográfico. Los libros de Konrad Ratz vendrían a ser ideales para tapar las lagunas que haya podido dejar abiertas Corti. Ratz es un respetado estudioso del Segundo Imperio, su libro, Tras las huellas de un desconocido, si mal no recuerdo publicado en el 2009, vino a tirar muchos mitos y mentiras sobre Maximiliano. También ha editado la correspondencia de la pareja imperial y los informes del barón Magnus, embajador de Prusia en México, al mismísimo Canciller de Hierro. Otra biografía importante sobre Maximiliano la escribió José Manuel Villalpando, aunque remató la tarea con una novela un tanto flojona y poco atractiva titulada Yo emperador.
Las biografías de Juárez tampoco podrían faltar a la hora de estudiar el imperio. Las hay muchas: criticas, neutrales y hagiográficas. Yo recomiendo principalmente dos: la de Justo Sierra y la de Ralph Roeder. Pero evidentemente, aparte de Juárez y Maximiliano, se deben de estudiar a los demás personajes relacionados con el Imperio. Desde Napoleón III y su esposa Eugenia de Montijo, de quienes abundan biografías más por su papel en México por haber sido emperadores de Francia, hasta los generales mexicanos de ambos bandos. Aquí la tarea de hallar libros es difícil, ya que biografías sólo encontramos de Porfirio Díaz, por su posterior papel como dictador, y de Miguel Miramón, por su bravura y carisma. Sin embargo, pelearon entonces infinidad de generales de quienes resulta imposible hallar un buen libro siquiera en un bazar.
Los libros de memorias también son imprescindibles, sobre todo las de protagonistas como José Luis Blasio, el conde Khevenhüller, Porfirio Díaz, el Dr. Basch y los príncipes Salm Salm, por más mentirosas que hayan sido  estos últimos.
Los ensayos como La Intervención francesa en México, del ruso A. Belenki y Ensayo de un Imperio en México, del francés Masseras, también resultan de gran ayuda y nos brindan una visión desde una perspectiva diferente a la que nos ofrece la bibliografía nacional.
Quisiera mencionar también los libros de los viajeros que vinieron a México en el siglo XIX, pero son demasiados y este texto ya se hizo muy largo. Así que considérese la presente apenas una pequeña selección, muy selectiva, sobre la gran cantidad de libros que se pueden consultar para nutrirnos  o incluso escribir nuestra propia versión del II Imperio.

martes, 24 de febrero de 2015

México mutilado – Francisco Martín Moreno

Hace ya algunos años leí México mutilado, pecado de juventud diría un célebre arquitecto.  Se trata de la obra más famosa de Francisco Martín Moreno antes de sus Arrebatos carnales. Leí este libro porque fue el más fácil de hallar en un momento en que pretendía saber qué pasó con esa parte del norte de México tan rica en oro como en petróleo que se perdió en un momento de nuestra historia que nos negamos a estudiar tanto como a olvidar.
La guerra contra los Estados Unidos ha sido siempre el período más doloroso para los mexicanos. Es una espina clavada que duele  tanto por lo que se perdió como por cómo se perdió. México no sacó de allí más que un deslustrado empate en la Angostura del que nadie quiere hablar primero porque abordar el tema es a la vez hablar de la derrota y de la humillación y segundo porque fue la mejor batalla del innombrable Santa Anna, presuntamente traidor en esa guerra y en esa batalla, la mejor de las muchas que encabezó en su larga, caótica, a veces ridícula y triste vida militar.
Algún sociólogo diría que desde la Angostura nos acostumbramos a celebrar los empates como si fueran victorias -sobre todo en el fútbol-, quizás porque éstas se nos niegan con demasiada frecuencia.
Francisco Martín Moreno aborda esa triste guerra en esta novela. Una novela mal contada, por cierto, en la que parece que el propio autor en algún momento se aburrió de escribir. En ella hay dos protagonistas, Santa Anna y Polk. El primero es un amante del poder tanto como de glorias falsas y mulatas. Santa Anna no busca más que protagonismo sin esfuerzo y descanso para liberar el aburrimiento que le causa la política; es un pillo mentiroso capaz de todo con tal acrecentar su ego, y con apenas una diluida pizca de patriotismo que le aflora muy de vez en cuando.
Polk en cambio es un lobo con los colmillos bien afilados, adicto al trabajo y obsesionado con incrementar el territorio de su país quizás ya vislumbrado que años más tarde llegaría a ser con mucho el más poderoso del mundo. La novela es una enorme fila de enormes párrafos que buscan divertir a la vez que ilustrar logrando a medias sólo lo segundo, en donde se aprecia la terriblemente caótica situación política y militar de México, convirtiéndose poco a poco en un país al que se le puede derrotar con un cañonazo. Y, por otro lado, exhibe a un Polk trazando meticulosamente un plan del que un vecino débil no puede de ningún modo salir bien librado.
El libro como obra literaria es peor que la cicuta, y como obra didáctica es digerible sólo si se toma como introducción. También advierto que aquí no se ve por ningún lado al heroico batallón de San Patricio defendiendo un suelo ajeno con más valor del que demostraron los soldados mexicanos. Tampoco al hijo póstumo de Iturbide -salvo una breve mención- peleando con bravura para defender al país que había liberado su fusilado padre.

lunes, 23 de febrero de 2015

Apuntes para mis hijos –Benito Juárez

La mayoría de los políticos  escriben y dicen unas cosas y hacen otras totalmente diferentes. Eso no tiene nada de raro: la naturaleza del político es mentir para prosperar en sus proyectos personales. Pocos son los que tratan de hilar congruencia entre dichos y hechos. Y aunque motivos para criticarle siempre habrá si tomamos la precaución de situarnos en su contexto histórico, Juárez fue uno de esos hombres que buscó la congruencia y tal vez no para la posteridad, si no para conciencia como político, como mexicano y como padre.
Su libro Apuntes para mis hijos es una joya literaria, un manual del buen político y una prueba de su sensatez. En esta pequeña obrita el presidente recoge su vida hasta mucho antes de que fuera el hombre que pasó a la historia. Juárez nos habla aquí de su condición de niño indígena, de su calidad de protegido de un cura que pretendía que tomara los hábitos, de su aborrecimiento por esa sola idea, de su interés por la jurisprudencia, sus luchas como abogado contra el fanatismo y la corrupción.
Pero la parte más valiosa del libro es su etapa como gobernador. Juárez, sin decirlo nunca y quizás sin pretenderlo pero hablando de su experiencia, nos habla de un modelo de buen gobernador, de un liberal que intenta fomentar el libro comercio, no obstruirlo ni ser parte de él como político pero  sí facilitarlo, de su pleno convencimiento de que religión y leyes juntas son nocivas para el desarrollo de la sociedad, y de que el imperio de la ley es indispensable y vale la pena cualquier sacrificio para lograrlo.
Es lamentable que este libro no sea un clásico en el estudio de la historia de México. Y no lo es sencillamente porque se queda muy lejos de llegar a la etapa en la que el presidente habría de contar por qué no perdonó a Maximiliano, que es la parte que interesa de Juárez a todo el mundo. Pero bueno sería que este libro tuviera más seguidores de los que tiene, porque aquí Juárez nos habla del honor y la dignidad con que habría de actuar un buen político -de cualquier nivel de gobierno-, de esos que, por desgracia, en México no hay.

viernes, 23 de enero de 2015

Clemencia – Ignacio Manuel Altamirano

Clemencia es una novela del siglo XIX que podríamos catalogar como la cúspide del romanticismo mexicano, toda vez que aceptemos primero que éste existió. Es, junto con Navidad en las montañas, la obra más conocida de Ignacio Manuel Altamirano, el escritor por excelencia de la Reforma y el Imperio.
Los hechos se sitúan en la ciudad de Guadalajara, poco antes de que sea invadida por los franceses. Allí se acuartela el ejército mexicano, todavía lamiéndose las heridas provocadas por la toma de Puebla, justo en el prefacio del Segundo Imperio.
En tales circunstancias, está muy arraigado en algunos tanto el patriotismo como la traición, de manera tan indistinta y confusa como para que el traidor se sienta patriota y el patriota traidor. Trasladándonos a la época, recordemos que no existía un gobierno consolidado, que años y años de revoluciones no habían construido una identidad nacional por la cual inclinarse sin albergar dudas.
Muchos mexicanos realmente veían el apoyo a los franceses y, más aún, a Maximiliano como la forma correcta de construir un México pacífico y próspero. En la reciente novela Juárez en el Convento de las Capuchinas, la reunión secreta con Maximiliano, el emperador le reprocha al presidente el hecho de que algunos mexicanos hayan sido obligados por los juaristas a pelear por la causa de la república, siendo llevados al campo de batalla incluso encadenados.
Así las cosas, algunos militares se sienten seducidos por el bando francés, como es el caso de Enrique Flores, un guapo comandante, alegre y carismático e irresistible para las mujeres, y que no ve la hora de cambiarse al bando del enemigo. Pero por otro lado tenemos a Fernando Valle, un hombre poco atractivo, serio y hermético, desagradable por su forma de ser incluso para sus camaradas de armas, pero indudablemente patriota y bravo, veterano de la batalla de Puebla.
Flores y Valle se enamoran de la hermosa Clemencia, y ésta, superficial aunque se cree muy analítica, sólo usa a Valle para animar los celos de Flores, de quien se siente perdidamente enamorada por su carisma y galanura. A la hermosa joven le dolerá mucho, en esta romántica historia, darse cuenta de qué tan cobarde es realmente Flores y cuán barato vende su honor, y la clase de hombre sacrificado y valiente que es Valle, capaz, como un caballero de la época, de ir al paredón porque sea feliz la mujer a la que ama, sin que apenas ésta le dedique una sincera sonrisa.

jueves, 22 de enero de 2015

Arqueología – Enrique Vela

Hace unos días compré este libro pensando que era un ensayo detallado  sobre el estudio de las ruinas y monumentos prehispánicos a lo largo de los siglos en México. Lamentablemente no fue lo que esperaba, porque se limita a ser un álbum fotográfico.
Me sedujeron la portada y la sinopsis, mas no pude echarle una ojeada al contenido porque tenía el típico forro de hule. El libro propone ser un breve ensayo del estudio arqueológico en México desde la llegad de los españoles, pero apenas llega a ser una demasiado breve introducción.
Si por algo puedo decir que mereció la pena la compra, es porque contiene muchas fotografías de sitios y monumentos históricos que creo aún no están disponibles en Google.  Algunas son demasiado interesantes. La historia de la arqueología mexicana es de una riqueza invaluable, y desde que se hizo acompañar de la fotografía, han quedado para la posteridad imágenes sencillamente extraordinarias.


lunes, 12 de enero de 2015

La descriminalización del emperador Maximiliano

En México en los últimos años a nuestras autoridades les ha dado por intentar descriminalizar casi todo. Al paso que vamos, y al no poderlos evitar, llegará una época en que querrán que los homicidios ya no sean delito, lo cual no deja de ser preocupante. Pero a la par de nuestras autoridades, algo que no es, como en este caso, una estupidez si no un fenómeno cultural, a la sociedad mexicana le ha dado por descriminalizar a los personales históricos.
Esto, dependiendo de cómo sea visto, resulta algo positivo, porque evidencia que nos estamos sacudiendo ese fanatismo nacionalista en mal momento engendrado por una historia oficial que el pueblo se tragó en tiempos pasados por su nunca abandonado amor al analfabetismo.
Últimamente, al husmear en la red, me he dado cuenta de que los mexicanos han empezado a descriminalizar a Maximiliano, algo extraño a la vez que interesante. Extraño porque habría sido lógico que el primero en librar el juicio de la historia fuera Porfirio Díaz, mexicano por nacimiento y el artífice de la consolidación de México como una nación autentica.
E interesante porque el hecho de que muchos mexicanos vean con buenos ojos a un extranjero que llegó amparado por un ejército invasor, indica la desaparición de prejuicios que en otros lugares del mundo no son más que el germen de un nacionalismo fanático que muchas veces desencadena innumerables tragedias.
Maximiliano oficialmente en México fue lo que fue y que nunca se ha ocultado: un gobernante impuesto por un ejército invasor. Pero no se puede dejar a un lado que era un hombre carismático, noble y muy sentimental, que si bien fue el intermediario entre muchos patriotas mexicanos y el pelotón no tenía madera de asesino.
Sus leyes, algunas muy sabias, fueron después adoptadas hasta por los juaristas. Fue precursor de la injerencia del Estado en muchos aspectos, sensibles para la sociedad más desprotegida, que habían sido ignorados por otros gobiernos con el pretexto de las constantes revoluciones.
Y esas facetas suyas, que tampoco estuvieron ocultas nunca, son las que hoy provocan que muchos mexicanos le intenten hacer justicia. A fin de cuentas, ese carisma que lo caracterizó en vida ha logrado  despertar afectos a siglo y medio de su muerte. En la novela Juárezen en el Convento de las Capuchinas, el propio Don Benito se siente por momentos seducido a la vez que conmovido por esa cortesía y esa nobleza de Maximiliano, que le dejan claro al presidente que tiene enfrente a un hombre ambicioso, pero nunca a un hombre malo.

sábado, 10 de enero de 2015

El precio del poder: gobernantes de México que fueron asesinados

México bien podría ser considerado un país de ingratos, porque mientras que Estados Unidos colmó de glorias a sus libertadores, aquí fueron fusilados. Los dos generales victoriosos que entraron a la ciudad de México pregonando que el país era una patria independiente y libre, Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, fueron pasados por las armas. Ambas ejecuciones de mandatarios mexicanos y a la vez libertadores por parte del propio Estado, metieron en un dilema al PRI al momento de reescribir la historia. No se podía glorificar sin rayar en la hipocresía a dos hombres que México mismo había fusilado. Así que todas las glorias fueron recorridas hacia atrás, hacia Morelos e Hidalgo, porque a éstos, aunque no consumaron la liberación del país, los mató España, no México. Ellos podían ser considerados mártires y no víctimas de sus propios compatriotas, como Guerrero e Iturbide. 
Años después, tras muchos presidentes que salvaron la vida de milagro, fueron fusilados Miramón y Maximiliano, este último, como Iturbide, también en calidad de emperador. El propio Santa Anna estuvo a punto de poner el pecho al fuego de los fusiles, y si no fue así se debió a que sus jueces, al considerarlo poco peligroso en su calidad de octogenario, le perdonaron la vida, acto que desató la ira de Juárez.
Al consumarse el Porfiriato, años después de la caída del segundo imperio, ya parecía que México se había convertido en un país civilizado, donde se respetaba la figura del presidente. Nada más lejos de la realidad. Cierto que Díaz fue respetado, que logró darle solidez al cargo, pero todo eso acabó con su defenestración.
La revolución mexicana se cargó la vida del presidente Madero y su vicepresidente Pino Suárez. Pero allí no se aplacó la fiera. Carranza, el vengador de Madero, igualmente fue asesinado sin miramientos. Y, por último, Álvaro Obregón, el triunfador absoluto de toda la matanza que despobló al país, también pagó su amor por el poder con el cuerpo lleno de balas.
Ahora a nuestros presidentes les da por gastar mucho y meter de sobra la pata. Ya no le temen al pueblo porque hace casi 90 años que no le cobra a un gobernante sus errores con la vida. Quizás porque el pueblo está adormilado, a nuestros nada admirables políticos se les ha olvidado que no por dormido deja de ser una fiera indomable cuando le colman la paciencia.

lunes, 5 de enero de 2015

El Segundo Imperio, ¿un proyecto inviable?

Muchos desde incluso antes de que Maximiliano aceptara el trono de México ya aseguraban que el proyecto era inviable, que las consecuencias serían catastróficas y que el príncipe que se aventurara en algo tan temerario correría serios peligros. Una vez consumado el epilogo del Cerro de las Campanas, esas voces cobraron la mayor de las credibilidades, porque sencillamente habían tenido la razón, pero ¿es cierto que el proyecto era inviable?
La realidad es que sí hubo posibilidades de consolidación pese a que, indudablemente, el fracaso era lo más lógico. Quienes aseguraban que Maximiliano saldría muy mal parado de la empresa, fundaban sus dichos partiendo del que hecho de que en los Estados Unidos el Norte Ganaría la guerra y Lincoln no le daría jamás su reconocimiento a una monarquía en su frontera sur. E inclusive se sentiría tentado a enviar a su poderoso a ejército a México para echar del continente a los franceses.
Esa posibilidad también la contempló también Napoleón III, por ello aprovechó para invadir México cuando el sur, comandado por el temerario general Lee, estaba ganando la guerra en Estados Unidos. Otros simplemente argumentaba que México era un país adicto a las revoluciones y que por ello el príncipe austriaco bien podía ser víctima de un cuartelazo o, peor aún, de un atentado.
Por el lado del patriotismo, también la supervivencia del imperio fue puesta en duda argumentando que los mexicanos jamás aceptarían a un gobernante invasor que llegaba al país amparado por las bayonetas francesas, y que el pueblo prefería la república tanto como le era desconocida la monarquía.
La realidad es que una vez puesto me marcha el imperio, éste se vio tan viable que si se derrumbó fue precisamente debido a que el Norte ganó la guerra en los Estados Unidos. Gracias a esto, Juárez recibió armas mortíferas y muy potentes que hicieron más poderoso a su otrora débil ejército, aparte de que Napoleón fue presionado por el vecino país del norte para que retirara sus otras o de lo contrario tendría que enfrentar una guerra en desventaja.
Esto dejó a Maximiliano sin el apoyo de las tropas extrajeras y con un enemigo bien armado que pronto empezó a apoderarse del país, lo que al poco tiempo provocó la irremediable caída del imperio.
Pero si el Sur hubiera ganado la guerra, es muy probable que hoy México tuviera un emperador, aunque fuera tan de adorno como los reyes en Europa, si es que no lo hubiera derribado la revolución, de haber existido también ésta, claro.
Porque para ningún historiador es un secreto que Maximiliano fue realmente querido por el pueblo. Si bue la población odiaba a los franceses, ante ese emperador gentil y cálido, con una voz tan agradable, todos se sentían seducidos. Además, tenía un verdadero programa político que contemplaba corregir la mayor parte de lo que estaba mal en México. Si el Norte hubiera perdido, Juárez no habría recibido ninguna clase de apoyo militar y Napoleón sin duda alguna hubiera prolongado su apoyo, lo que sin duda habría propiciado la derrota republicana tarde o temprano.
Indudablemente, el imperio fue viable, se pudo consolidad y de haber sido así, seguramente hoy México no sería lo que es. No se puede descartar el hecho de que muy probablemente, sería mucho más próspero y poderoso de lo que lamentablemente es.

viernes, 2 de enero de 2015

Memorias del Jardinero de Maximiliano

Este libro no lo voy a reseñar porque de hecho no lo he leído. Al parecer fue editado apenas hace poco más de un año, pero, cosa rara, no lo hallo en ninguna librería. Se supone que si esa edición se agotó muy rápido, la editorial habría sacado la segunda lo más pronto posible para aprovechar el auge de las ventas, pero nada.
Me considero un buen cazador de libros sobre el segundo imperio, pero éste sencillamente se me escurre. Si alguno de mis pocos lectores sabe en qué librería lo venden, agradecería indicarlo en un mensaje.

jueves, 1 de enero de 2015

Episodios nacionales. Corte de Maximiliano. Orizaba - Victoriano Salado Álvarez

Esta novela histórica-cómica, que las hay, fue publicada por Victoriano Salado Álvarez en el crepúsculo del Porfiriato. El autor, un diplomático e historiador mexicano, usó el estilo de Pérez Galdós  en sus episodios nacionales y nos regala una obra si no extraordinaria sí apreciable, con algunos fallos históricos justificables por las lagunas que había aún entonces sobre el segundo imperio.
El argumento trata sobre una condesa mexicana, metida quién sabe cómo en la corte de Maximiliano desde que éste pasaba en Miramar sus días previos a su viaje a México. Nuestra condesa es sarcástica, cultura, nada tonta y sí muy guapa, y también carece de fondos, situación que de hecho compartía con la mayoría de los miembros del sequito del emperador.
La condesa llega a México con Maximiliano, es testigo de la estrafalaria y ridícula recepción que le hacen los conservadores, a la vez que se deja enamorar por un delincuente que también se ha infiltrado en la corte.
Las circunstancias hacen que la guapa condesa termine, de buenas a primeras, en Michoacán, participe en la famosa batalla de Tacámbaro y del lado de los belgas, donde murió el hijo del ministro de guerra de Bélgica, caiga prisionera, sea testigo de los fusilamientos que tanto enfurecieron a los generales republicanos y al propio Juárez, a decir, los de Nicolás Romero y los generales Arteaga y Salazar, quienes murieron juntos y juntos nos los encontramos en nombres de calles y avenidas.
La condesa también viaja a Europa con Carlota, contempla su locura y regresa a México para ver cómo Maximiliano se debate en Orizaba entre partir a Europa llevándose la vida y dejando el honor o quedarse a conservar el honor y perder la vida.
Por momentos el libro se me hizo un poco tedioso y aburrido, no obstante, vale la pena. Algo a su favor es que la edición de Porrúa, la que yo tengo, cuenta con algunas ilustraciones nada desdeñables, cosa rara en ese tipo de ediciones baratas.