Esta novela histórica-cómica, que
las hay, fue publicada por Victoriano Salado Álvarez en el crepúsculo del Porfiriato.
El autor, un diplomático e historiador mexicano, usó el estilo de Pérez Galdós en sus episodios
nacionales y nos regala una obra si no extraordinaria sí apreciable, con
algunos fallos históricos justificables por las lagunas que había aún entonces
sobre el segundo imperio.
El argumento trata sobre una
condesa mexicana, metida quién sabe cómo en la corte de Maximiliano desde que
éste pasaba en Miramar sus días previos a su viaje a México. Nuestra condesa es
sarcástica, cultura, nada tonta y sí muy guapa, y también carece de fondos,
situación que de hecho compartía con la mayoría de los miembros del sequito del
emperador.
La condesa llega a México con
Maximiliano, es testigo de la estrafalaria y ridícula recepción que le hacen
los conservadores, a la vez que se deja enamorar por un delincuente que también
se ha infiltrado en la corte.
Las circunstancias hacen que la
guapa condesa termine, de buenas a primeras, en Michoacán, participe en la
famosa batalla de Tacámbaro y del lado de los belgas, donde murió el hijo del
ministro de guerra de Bélgica, caiga prisionera, sea testigo de los
fusilamientos que tanto enfurecieron a los generales republicanos y al propio
Juárez, a decir, los de Nicolás Romero y los generales Arteaga y Salazar, quienes
murieron juntos y juntos nos los encontramos en nombres de calles y avenidas.
La condesa también viaja a Europa
con Carlota, contempla su locura y regresa a México para ver cómo Maximiliano
se debate en Orizaba entre partir a Europa llevándose la vida y dejando el
honor o quedarse a conservar el honor y perder la vida.
Por momentos el libro se me hizo un poco tedioso
y aburrido, no obstante, vale la pena. Algo a su favor es que la edición de
Porrúa, la que yo tengo, cuenta con algunas ilustraciones nada desdeñables, cosa rara en ese tipo de ediciones baratas.
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