En México en los últimos años a
nuestras autoridades les ha dado por intentar descriminalizar casi todo. Al paso
que vamos, y al no poderlos evitar, llegará una época en que querrán que los homicidios ya no sean
delito, lo cual no deja de ser preocupante. Pero a la par de nuestras
autoridades, algo que no es, como en este caso, una estupidez si no un fenómeno
cultural, a la sociedad mexicana le ha dado por descriminalizar a los
personales históricos.
Esto, dependiendo de cómo sea
visto, resulta algo positivo, porque evidencia que nos estamos sacudiendo ese
fanatismo nacionalista en mal momento engendrado por una historia oficial que
el pueblo se tragó en tiempos pasados por su nunca abandonado amor al
analfabetismo.
Últimamente, al husmear en la
red, me he dado cuenta de que los mexicanos han empezado a descriminalizar a
Maximiliano, algo extraño a la vez que interesante. Extraño porque habría sido
lógico que el primero en librar el juicio de la historia fuera Porfirio Díaz,
mexicano por nacimiento y el artífice de la consolidación de México como una
nación autentica.
E interesante porque el hecho de
que muchos mexicanos vean con buenos ojos a un extranjero que llegó amparado
por un ejército invasor, indica la desaparición de prejuicios que en otros
lugares del mundo no son más que el germen de un nacionalismo fanático que
muchas veces desencadena innumerables tragedias.
Maximiliano oficialmente en
México fue lo que fue y que nunca se ha ocultado: un gobernante impuesto por un
ejército invasor. Pero no se puede dejar a un lado que era un hombre carismático,
noble y muy sentimental, que si bien fue el intermediario entre muchos
patriotas mexicanos y el pelotón no tenía madera de asesino.
Sus leyes, algunas muy sabias,
fueron después adoptadas hasta por los juaristas. Fue precursor de la
injerencia del Estado en muchos aspectos, sensibles para la sociedad más
desprotegida, que habían sido ignorados por otros gobiernos con el pretexto de
las constantes revoluciones.
Y esas facetas suyas, que tampoco
estuvieron ocultas nunca, son las que hoy provocan que muchos mexicanos le
intenten hacer justicia. A fin de cuentas, ese carisma que lo caracterizó en
vida ha logrado despertar afectos a
siglo y medio de su muerte. En la novela Juárezen en el Convento de las Capuchinas, el propio Don Benito se siente por
momentos seducido a la vez que conmovido por esa cortesía y esa nobleza de
Maximiliano, que le dejan claro al presidente que tiene enfrente a un hombre
ambicioso, pero nunca a un hombre malo.
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