Esta novela parte de la idea de
que el emperador Maximiliano escapó -aunque en realidad no, pero abundar sería
revelar el final- de Querétaro y pudo regresar a Trieste, a su amado castillo
de Miramar, donde tuvo que vivir como prisionero, haciendo honor a su calidad
de muerto.
Estamos en abril de 1912 -han pasado dos
días del hundimiento del Titanic- contemplando a un Maximiliano ya envejecido,
y contento de no haber sido invitado a navegar en el barco siniestrado, rodeado
de sus piezas históricas que ha reunido en Miramar, entre ellas a la señora de
Miramón, el príncipe Carl Khevenhüller, el doctor Samuel Basch, su cocinero Tüdös,
Carlota y él, como la pieza más valorada dentro del museo.
A esta reunión eterna de ancianos
enclaustrados en el imponente castillo se unen una reportera norteamericana y
el hijo del emperador con la “india bonita”, aunque aquí no se llama Julián
Sedano. La reportera ha acudido al castillo con la intención de que el
emperador le revele cómo escapo.
Maximiliano, ya viejo y adicto al
brandy, con su afición al arte intacta, cuenta su historia a la vez que recorre
algunos pasajes de su vida, de la vida de miembros de su familia y las
desgracias y sinsabores de ésta. Al final de la narración el lector se queda
con la certeza de que el emperador sí fue fusilado para consolidación de la república
y para no poner en duda la mano durísima de Juárez, pero también puede
contemplar conmovido a ese viejo que habita Miramar, con aspecto fantasmagórico
pero que es de carne y hueso -dentro de la novela, claro está-, con capacidad para resistir el brandy y buen
conversador.
La novela en su gran mayoría tiende
a la comicidad con más o menos éxito. Como ejemplo, podemos ver a un joven
pintor Adolf Hitler que ha acudido a Miramar para que Maximiliano le pague unas
acuarelas que le envió, pero también con la intención de obtener empleo
embelleciendo el palacio. El futuro dictador se marcha furioso porque el pago
por sus acuarelas no fue el que esperaba.
He disfrutado leyendo esta
novela. Es buena sin llegar a tanto, muy original y algo divertida, no aburre,
aunque abundan los errores que no fueron corregidos antes de mandarla a
imprenta. Insisto en lo dicho en otras entradas: el Segundo Imperio mexicano es
una fuente inagotable de literatura, buena, mala y regular.
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