lunes, 2 de marzo de 2015

Maximiliano prisionero de Miramar –Edmundo Domínguez Aragonés

Esta novela parte de la idea de que el emperador Maximiliano escapó -aunque en realidad no, pero abundar sería revelar el final- de Querétaro y pudo regresar a Trieste, a su amado castillo de Miramar, donde tuvo que vivir como prisionero, haciendo honor a su calidad de muerto.
Estamos en abril de 1912 -han pasado dos días del hundimiento del Titanic- contemplando a un Maximiliano ya envejecido, y contento de no haber sido invitado a navegar en el barco siniestrado, rodeado de sus piezas históricas que ha reunido en Miramar, entre ellas a la señora de Miramón, el príncipe Carl Khevenhüller, el doctor Samuel Basch, su cocinero Tüdös, Carlota y él, como la pieza más valorada dentro del museo.
A esta reunión eterna de ancianos enclaustrados en el imponente castillo se unen una reportera norteamericana y el hijo del emperador con la “india bonita”, aunque aquí no se llama Julián Sedano. La reportera ha acudido al castillo con la intención de que el emperador le revele cómo escapo.
Maximiliano, ya viejo y adicto al brandy, con su afición al arte intacta, cuenta su historia a la vez que recorre algunos pasajes de su vida, de la vida de miembros de su familia y las desgracias y sinsabores de ésta. Al final de la narración el lector se queda con la certeza de que el emperador sí fue fusilado para consolidación de la república y para no poner en duda la mano durísima de Juárez, pero también puede contemplar conmovido a ese viejo que habita Miramar, con aspecto fantasmagórico pero que es de carne y hueso -dentro de la novela, claro está-, con capacidad para resistir el brandy y buen conversador.
La novela en su gran mayoría tiende a la comicidad con más o menos éxito. Como ejemplo, podemos ver a un joven pintor Adolf Hitler que ha acudido a Miramar para que Maximiliano le pague unas acuarelas que le envió, pero también con la intención de obtener empleo embelleciendo el palacio. El futuro dictador se marcha furioso porque el pago por sus acuarelas no fue el que esperaba.
He disfrutado leyendo esta novela. Es buena sin llegar a tanto, muy original y algo divertida, no aburre, aunque abundan los errores que no fueron corregidos antes de mandarla a imprenta. Insisto en lo dicho en otras entradas: el Segundo Imperio mexicano es una fuente inagotable de literatura, buena, mala y regular.

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