Por fin, hace un par de semanas,
terminé de leer la novela “Carlota y Maximiliano: la dinastía de los Habsburgo
en México”, obra extraordinaria que nos ofrece una historia alternativa en la
que Maximiliano logró vencer a los republicanos y formar un verdadero y
poderoso imperio justo frente a los Estados Unidos.
La novela da constantes saltos en
el tiempo, aunque la historia, por decirlo así, crucial, ocurre en nuestra
época, con un emperador Maximiliano IV recién fallecido y su único hijo vivo,
un joven romántico sin deseos gobernar, sube temeroso al trono de un imperio
con niveles de corrupción mínimos, cuya frontera sur limita con Colombia, con
260 millones de habitantes, con una economía de primer mundo y un ejército capaz
de hacerle sombra al de los Estados Unidos.
El advenimiento al trono del
joven Fernando Carlos I de México coincide con la toma de posesión de Trump
como presidente de los Estados Unidos. Las diferencias, como en la historia
real, llegan desde el primer momento, pero tratándose de dos potencias, el
riesgo de un conflicto serio es muy alto, ya que el joven emperador no está
obligado a fingir que no escucha los insultos, como sí tuvo que hacer Peña
Nieto.
Y mientras Fernando Carlos
aprende a gobernar, la novela nos regresa infinidad de veces al pasado, para
mostrarnos cómo fue que Maximiliano –gracias a una prematura muerte de Juárez
en el 1866-, logró vencer a los republicanos, y otros aspectos por demás
interesantes como el hecho de que él y Carlota lograran tener un hijo, cuando
su matrimonio había sido estéril por muchos años, qué pasó con Miramón, con Tomás
Mejía, con Porfirio Díaz; cuál fue el destino de hombres cruciales en la
revolución como Francisco I. Madero y Pancho Villa, qué hizo México, una
potencia mundial, en las guerras mundiales. Y así muchas más cosas se nos van
revelando a lo largo de la novela, hasta darnos un panorama muy extenso de esa
otra historia de México, para que logremos comprender por qué el emperador
tiene en su gabinete a personajes que se apellidan Iturbide, Bonaparte, Miramón
y un sinfín de nombres cuyos antepasados fueron cruciales en la consolidación
del imperio.
Hay algunos pasajes de la novela
muy ingeniosos que he visto que otros lectores ya han notado. En los 50s del
siglo pasado, según se menciona, llegó de Cuba Fidel Castro con sus seguidores
a entrenarse en México, tal como ocurrió en la historia real. Pero en la novela
Castro ya no puede volver a Cuba, se queda en una cárcel imperial a cumplir una
condena de 30 años. Poco después, al saber del destino de Castro, nos enteramos
que el presidente Kennedy no fue asesinado, sino que incluso logró reelegirse. Y
en nuestra época, cuando se habla de la Cuba actual, se le describe como una
potencia del comercio y un ejemplo de libertades en el mundo, a cargo de un
presidente democráticamente elegido, llamado Carlos Alberto Montaner.
En fin pues, una novela que
merece ser leída, tan solo para imaginar a ese otro México, una potencia
mundial con una arquitectura, una cultura, una economía y una paz que,
lamentablemente, no tenemos porque no hemos sabido construirlas.