viernes, 26 de junio de 2020

El Segundo Imperio mexicano o la nostalgia de lo que no fue


Aunque quizás es un reducidísimo porcentaje de la población mexicana, hay quienes sienten, ruborizados, un poco de nostalgia al tocar el tema del Segundo Imperio, aunque, en términos histórico-políticos, se trata solamente de un período brevísimo de la historia de México, así que esa nostalgia no obedece a la realidad, sino a lo que pudo ser y no fue.
Si revisamos una biografía de Napoleón III, el financiador de ese trozo de nuestra historia, hallaremos a Maximiliano y su aventura mexicana sólo en un capítulo de, cuando mucho, unas veinte páginas. No fue, para la historia mundial,  algo de relevancia. El Segundo Imperio mexicano se cuece sólo en México, porque si  bien nunca logró consolidarse y fue breve, dejó, tras todos los desastres ocurridos desde la Independencia, el único intento romántico de grandeza.
En Grecia añoran los tiempos de Alejandro Magno, en Rumania incluso los del temible Vlad Drácula, en Austria la época de los Habsburgo, porque al ser esos países ahora insignificantes –todo sea dicho, con perdón-, sus habitantes, imbuidos quizás en cierto nacionalismo, no hallan manera de satisfacer sus emociones patrióticas más que mirando al pasado.
El extraño caso de México radica en que ese pasado en realidad no existe. Maximiliano fracasó y fue fusilado, y México consolidó una república que pasó a ser el vecino maltratado de los yanquis. Así las cosas, la nostalgia mexicana ni siquiera fija su atención en algo que fue –quizás por no existir-, sino en algo que pudo ser y no fue. Es, en realidad, una nostalgia casi imperceptible, pero que en un pequeño porcentaje de la población sí que existe. He escuchado que en Querétaro, en el mismísimo Cerro de las Campanas, en el punto exacto del triple fusilamiento, justo donde ahora reluce una capilla neogótica, cada año, cada 19 de junio, se celebra una misa no en honor al emperador, sino en honor a esa nostalgia.

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