viernes, 14 de diciembre de 2012

Pedro Lascuráin, el presidente impoluto


En la historia de México hemos tenido presidente verdaderamente detestables. Y más en tiempos de revolución. Algunos no sólo se apropiaron junto con su familia, allegados, amantes, compinches y demás, de los fondos públicos, también dejaron la economía del país en el más puro esqueleto.
Hemos tenido, desgraciadamente, de todo, de todo lo malo, en cuanto a presidentes se refiere. Empezando por el noble Vicente Guerrero, que no sabía casi leer y menos gobernar; pasando al desequilibrado comediante y corrupto Santa Anna, quien tampoco sabía gobernar pero su amor por el protagonismo lo hacía fingir que sí sabía. Experto era este hombre en vaciar las arcas de la nación. Luego en tiempos de guerra devolvía un poco de lo robado para fortalecer al ejército, porque patriota, ese loco insufrible, sí era.
También tuvimos al rustico Juan Álvarez, militar medio cobardón pero cacique en su región que se apropió unos meses de la presidencia sin saber exactamente en qué consistían sus funciones. Y cómo olvidar a los presidentes triunfadores de la revolución, los peores que hubo en ese entonces en el continente. Obregón y Calles no sólo fueron un par de fanáticos dispuestos a todo lo malo, también fueron los fundadores de un régimen más intransigente que ellos que aplastó la economía ya de por sí aplastada, muy aplastada, por la revolución.
Y para cerrar el siglo pasado, México tuvo la malísima suerte de tener tres pésimos presidentes uno tras otro. Es cierto que un mal presidente puede ser soportado. Hasta en Estados Unidos lo hacen, pero siempre y cuando tras él llegue otro que contrarreste sus fracasos. Pero si detrás de uno malo llega uno pésimo y tras éste otro peor, las consecuencias tienen que ser por lógica devastadoras.
México padeció a Echeverria, a López Portillo y a De la Madrid uno tras otro. Fueron dieciocho largos años en los que el mexicano tuvo que aprender a vivir fingiendo que comía. Tuvo que ser Salinas, el Innombrable acusado todo tipo de corrupciones y actos inhumanos y antipatriotas, el que le dio un nuevo empuje a la devastadísima economía nacional.
Y en fin, hemos tenido presidentes de todo tipo. Malos, muy malos, y torpes, muy torpes, desde matones consumados hasta comunistas más comunistas que Stalin. Pero México también tiene el antecedente de haber sido gobernado por un presidente impoluto. Se fue tan limpio que ni en Estados Unidos han tenido otro igual. No devastó la economía, no se llenó los bolsillos, no hizo inversiones idiotas, no deterioró las relaciones con el exterior, no abusó de su poder, incluso aunque le tocó gobernar en una época turbulenta no cometió crímenes de Estado. En resumen, este presidente no le hizo ningún daño a su país.
Su período presidencial, es cierto, fue breve. Quizás por eso no metió la pata ni se endiosó con el poder. Pero es el único presidente de México al que los historiadores no podrían acusar de haber sido corrupto durante su administración, que ya es mérito. Se llamó Pedro Lascuráin, y gobernó cuarenta y cinco largos… minutos.

Lee otra reseña: El triste porvenir de los países latinoamericanos 

No hay comentarios:

Publicar un comentario