Este libro está dividido en dos partes. La
primera contiene las memorias de Francisco Villa, dictadas por él a su médico
de cabecera. Llegan hasta el fracaso militar del revolucionario, que ocurrió de
manera apresurada después del desastre de Celaya.
La segunda parte contiene textos escritos por
Rafael F. Muñoz sobre las andanzas de Villa una vez que su División del Norte
fue reducida a unos cuantos centenares de forajidos a los que llamaba
cariñosamente sus dorados.
Las memorias de villa son un documento muy
valioso para poder saber, hoy, a casi
noventa años de su muerte, lo fundamentos de su ideología, la misma que lo llevó
-lo pese a quien le pese y aunque su nombre esté escrito con letras de oro en
el Muro de Honor de la Cámara
de Diputados- a ser un despiadado asesino.
Villa, según da a entender, fue un hombre que
creía que por haber nacido pobre podía hacer de todo y que ninguno de sus actos
sería un delito. De joven, cuando fue encarcelado en Durango, después de
haberle metido un tiro a una persona y de haber asaltado a punta de pistola a
otra, creyó que su condena era injusta. Habría sido interesante saber, desde el
punto de vista de Villa, qué tenía que hacer un hombre para merecer ir a la
cárcel.
El mito tan mentado de la deshonra de su
hermana él mismo lo desmiente. El famoso hacendado al que casi mató nunca la
tocó. Fue su pretendiente y Villa, creyendo que por ser rico sólo quería
burlarse de ella, consideró justo meterle un tiro que de milagro no lo mandó al
otro mundo.
Algo que revela la poca imaginación de Villa es
la manera tan sencilla en que narró sus batallas. Apenas cuenta detalles muy
generales el hombre que se supone las planeó y las ejecutó de manera magistral.
Eso quizás sea justificable si tomamos en cuenta que Villa, hombre
semianalfabeto, no poseía los elementos necesarios para enriquecer una
narración, y al momento de dictar sobre sus batallas fue incapaz de hacerlo
detalladamente. Es cuando menos extraño que si fue incapaz de narrarlas haya
podido ejecutarlas.
Se cuidó muy bien de contar algo sobre sus
crímenes, que fueron muchos. Tan sólo fue capaz de decir que un santo no era.
Cierto. Y al ser derrotado por Obregón tuvo la modestia de admitir su vanidad y
de decir que simplemente se había creído general y que tal cosa se debió en
parte a los homenajes que le hizo el propio ejército de los Estados Unidos.
Pasando a la parte del libro escrita por Rafael
F. Muñoz, es muy agradable su lectura, como no podía ser de otra forma
tratándose de un autor tan capaz. Muñoz nos cuenta las hazañas de Villa cuando
pasó de general a bandolero. Fue un verdadero terrorismo lo que ejerció en el
estado de Chihuahua, asesinando a inocentes que no cometían más crimen que
cruzarse en su camino.
Perdido su prestigio, buscado como un
delincuente por todos lados y sabedor de que jamás habría de volver a ser un
hombre respetable y un general admirado, Villa se dedicó simple y
sencillamente a saquear, extorsionar y matar, exhibiendo en cada acto una
crueldad que hacía a muchos pensar si era realmente ese tirano el que antes fuera un general tan respetado.
Fue un criminal. De eso no hay duda alguna. Asesinó a mujeres, niños y hombres inocentes que jamás lo habían ofendido mínimamente. Incluso sus más grandes defensores no ocultan sus crímenes, pero lo defienden diciendo que era una revolución y que en toda revolución hay crímenes. ¡Vaya forma de defenderlo! Es raro, muy raro, que ese hombre sea considerado un héroe no sólo por sus admiradores que no saben nada de su biografía, sino también, de manera oficial, por el mismo Estado mexicano.
Fue un criminal. De eso no hay duda alguna. Asesinó a mujeres, niños y hombres inocentes que jamás lo habían ofendido mínimamente. Incluso sus más grandes defensores no ocultan sus crímenes, pero lo defienden diciendo que era una revolución y que en toda revolución hay crímenes. ¡Vaya forma de defenderlo! Es raro, muy raro, que ese hombre sea considerado un héroe no sólo por sus admiradores que no saben nada de su biografía, sino también, de manera oficial, por el mismo Estado mexicano.
Lee otra reseña: Martín Garatuza
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