Los presidentes de la actualidad viven rodados
de lujos, gastando lo que no es de ellos en cosas absurdas e inútiles,
realizando viajes protocolarios muchas veces innecesarios y desde luego muy
costosos, pasan mucho tiempo frente a las cámaras de televisión, hablando como
iluminados, tienen garantizados por sólidas instituciones sus seis años en el
poder y gozan de una seguridad similar a la de una princesa egipcia en tiempos
de los faraones.
Muy diferente era la vida de sus predecesores
del siglo XIX, cuando México comenzaba a dar sus primeros pasos como país
independiente. En aquella época la situación del los presidentes solía ser muy
difícil. Nunca había dinero siquiera para lo más indispensable, no llegaban al poder por
la vía del voto sino del cartelazo, y por tanto vivían temerosos de que otro
cuartelazo los alejara de la silla presidencial.
Los gobiernos a veces eran muy efímeros, de
apenas semanas o meses, y luego ocurría que no había un presidente sino dos, y
cada uno con ganas de atrapar al otro para ponerlo de espaldas a un muro de
piedra con un pelotón de fusilamiento enfrente. También hubo casos en que de
nada le servía a alguien ser presidente porque los estados de la republica se
negaban a reconocerlo como tal.
Los de hoy suelen tener preparación
universitaria, hablan inglés -algunos-, son hombres cultos -también algunos-, pero en el siglo XIX hubo presidentes
con formación cultural bastante escasa, como el general Vicente Guerrero, hombre
sumamente noble y sumamente patriota, pero que leía con dificultades y se
trababa mucho cuando lo carrereaban. Aunque en ese turbulento siglo dos claras excepciones fueron Juárez y
Maximiliano -en calidad de emperador el último-, los dos gobernantes más sabios
y poliglotas que ha tenido México en su historia. Lástima que aun teniendo la
misma ideología les tocó gobernar al mismo tiempo y uno terminó fusilando al
otro.
Pero en el siglo XIX todos sabían que por gobernar
a México había grandes posibilidades de morir. Los presidentes a menudo se
veían recorriendo el país en largas jornadas a caballo y pasando unas hambres
de león, ya fuera para vencer a su oponente o para escapar de él. Cuatro jefes
de Estado mexicanos fueron pasados por las armas en poco más de cuarenta años.
El primero fue Agustín de Iturbide, el libertador, y su fusilamiento marcó el inicio
de México con el pie izquierdo en su período de libertad.
Después de Iturbide fue fusilado el otro
libertador, Guerrero. Fue emperador uno y presidente el otro y fueron fusilados
con una diferencia de siete años como consecuencia en gran medida de la
ambición y los cuartelazos del general Santa Anna. Juárez, que en todo fue más
eficiente que Santa Anna, también fusiló a un emperador y a un presidente, pero
el mismo día y a la misma hora, y también, claro, en el mismo lugar.
Las biografías de los presidentes mexicanos del siglo XIX nos enseñan lo difícil que fue consolidar el cargo de presidente tal y como se encuentra hoy. Hoy México es un ejemplo para Latinoamérica. Si de algo estamos seguros es de que el presidente no se va a reelegir, de que el ejército no lo va a derrocar, de que a menos que muera, o cometa serios errores, sus funciones durarán seis años justos. Parece poco, pero viendo a otros países podemos ver que eso es mucho y le sirve a México para tener un poco de estabilidad, tan necesaria para que un país pueda intentar dejar su pobreza en el pasado.
Lee otra reseña: El Cerro de las Campanas
Las biografías de los presidentes mexicanos del siglo XIX nos enseñan lo difícil que fue consolidar el cargo de presidente tal y como se encuentra hoy. Hoy México es un ejemplo para Latinoamérica. Si de algo estamos seguros es de que el presidente no se va a reelegir, de que el ejército no lo va a derrocar, de que a menos que muera, o cometa serios errores, sus funciones durarán seis años justos. Parece poco, pero viendo a otros países podemos ver que eso es mucho y le sirve a México para tener un poco de estabilidad, tan necesaria para que un país pueda intentar dejar su pobreza en el pasado.
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