Mucho se ha escrito sobre el
Imperio de Maximiliano en México, se le han dedicado ensayos y novelas desde el
mismo epilogo de Querétaro. Apenas un año después del triple fusilamiento, Juan
Antonio Mateos publicó su novela El Cerro
de las Campanas, Memorias de un guerrillero, y hace apenas un par de
semanas Adam J. Oderoll sacó a la luz Carlota
y Maximiliano, la dinastía de los Habsburgo
en México, una historia alternativa en la que el imperio logró sobrevivir a
Juárez y en la que actualmente México continúa gobernado por los descendientes de la
pareja que llegó de Europa. El imperio ha sido, y ya lo he dicho infinidad de
veces, una fuente de literatura inagotable. La personalidad de Maximiliano, sus
aspiraciones y sus verdaderas intenciones, se reedita cada generación de
escritores, alegando siempre que todavía hay algo que contar.
Pero de entre tantos libros que
se han escrito sobre el Segundo Imperio, la mayoría de los cuales he tratado de
conseguir, no he hallado uno sólo sobre el padre ideológico, el hombre que fue
crucial para que ese período de la historia de México existiera: José María Gutiérrez
de Estrada.
El susodicho nació en el actual
Campeche, antes parte de Yucatán, junto con el siglo diecinueve, en 1800. Quizás
por nacer a acaballo entre dos siglos, siempre se le ha considerado un hombre anacrónico,
con una mentalidad política desfasada de su tiempo, e incluso en el aspecto
religioso se le ha tachado de medieval.
Siendo muy joven vio la
independencia de México y aunque llegó a ocupar cargos importantes en el nuevo
gobierno, los descalabros y la inestabilidad lo hicieron conversarse de que su
patria sólo podría subsistir bajo el gobierno de una monarquía católica, encabezada
por un príncipe europeo. Tras llegar a esa conclusión, que plasmó en una carta
que lo llevó al exilio, echó candado a sus convicciones y las defendió toda su
vida. Fue un fiel colaborador de Santa Anna, en tanto que amigo personal, pero
no fue de los que se convencieron de que el general comediante fuera en
realidad una opción de gobierno para México.
Ya exiliado en Europa, se la pasó
de reino en reino buscando un buen príncipe católico que quisiera cruzar el Atlántico y
encabezar una monarquía pegada a la frontera de los Estados Unidos. Gracias a
su fortuna persona, que le permitía vivir sin trabajar, Gutiérrez hizo una amplia
labor en la Europa postnapoleónica con la sola intención de lograr que su
patria tuviera una monarquía aceptada y apoyada por las del viejo continente. Se entrevistó con personajes importantes,
entre ellos el canciller de Austria, Clemente de Metternich, para conseguir consolidar sus propósitos.
Fue el destino quien después de
mucho esfuerzo dedicado a su causa quizás más personal que patriótica, le acomodó las cosas para ver
cumplido su sueño. Otro mexicano exiliado, José Manuel Hidalgo, Pepe para sus amigos y sin ningún parentesco
con el cura de Dolores, logró convertirse en un gran amigo de la condesa de
Montijo, María Manuela Kirkpatrick, y de su hija, la hermosa Eugenia. Estas dos
se traían entre manos darle vuelta a Europa para conseguir el mejor marido
posible para Eugenia. Y lo consiguieron. El pichón resultó ser el emperador de
Francia, Napoleón III. Cuando su amiga se convirtió en emperatriz, Pepe Hidalgo, se las arregló para
meterse en la corte y proponerles el proyecto de un imperio en México. Fue él
quien logró traer a Maximiliano, pero indudablemente Hidalgo sólo cristalizó
una idea a la que Gutiérrez de Estrada le había dedicado tiempo y esfuerzo
durante décadas.
Algunos aseguran que sin Hidalgo,
Gutiérrez no habría logrado absolutamente nada. Y tienen toda la razón. Hidalgo
era un tipo joven y bastante guapo, galanura que al parecer disfrutaba
presumir, en tanto que Gutiérrez era un viejo que desagradaba por su
catolicismo anacrónico. Pero gracias a su esfuerzo de décadas para lograr la monarquía
mexicana, tanto sus allegados como el propio Maximiliano lo consideraron el
padre del Segundo Imperio, tratamiento por el cual, según parece, Hidalgo llegó
a sentirse celoso.
Con el colapso de Querétaro, Gutiérrez
no duró mucho. Podría decirse que se fue
a la tumba junto con su emperador. Hidalgo, que en ese entonces era joven,
logró sobrevivir en el exilio, sufriendo a la distancia el desprecio de sus
compatriotas y probando, el otrora embajador de Maximiliano ante Napoleón III,
todos los sabores de la pobreza.
Los historiadores mexicanos se
inclinaron por olvidarnos. Podríamos decir que el olvido fue su castigo. He buscado
en infinidad de librerías, bazares e Internet, algunas biografías sobre ellos, libros dedicados exclusivamente a sus vidas, no meras menciones de medio capítulo, pero no he tenido éxito. Quizás,
sencillamente, porque no las hay.
Esta un libro nuevo reeditado de José C Valadés que creo te puede ayudar: LUCES POLITICAS Y CULTURA UNIVERSAL: BIOGRAFIAS DE ALAMAN, GUTIERREZ DE ESTRADA, COMONFORT, OCAMPO
ResponderEliminarAutor: JOSE C. VALADES Editorial: FONDO DE CULTURA ECONOMICA
Muy bueno y no se diga el autor. Recomendado
Ah tambien tiene otro libro "Maximiliano Y Carlota En México" esta descontinuado pero tiene buenas referencias
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