martes, 20 de noviembre de 2012

Pancho Villa, rayo y azote – Rafael F. Muñoz


Este libro está dividido en dos partes. La primera contiene las memorias de Francisco Villa, dictadas por él a su médico de cabecera. Llegan hasta el fracaso militar del revolucionario, que ocurrió de manera apresurada después del desastre de Celaya.
La segunda parte contiene textos escritos por Rafael F. Muñoz sobre las andanzas de Villa una vez que su División del Norte fue reducida a unos cuantos centenares de forajidos a los que llamaba cariñosamente sus dorados.
Las memorias de villa son un documento muy valioso para poder saber, hoy,  a casi noventa años de su muerte, lo fundamentos de su ideología, la misma que lo llevó -lo pese a quien le pese y aunque su nombre esté escrito con letras de oro en el Muro de Honor de la Cámara de Diputados- a ser un despiadado asesino.
Villa, según da a entender, fue un hombre que creía que por haber nacido pobre podía hacer de todo y que ninguno de sus actos sería un delito. De joven, cuando fue encarcelado en Durango, después de haberle metido un tiro a una persona y de haber asaltado a punta de pistola a otra, creyó que su condena era injusta. Habría sido interesante saber, desde el punto de vista de Villa, qué tenía que hacer un hombre para merecer ir a la cárcel.
El mito tan mentado de la deshonra de su hermana él mismo lo desmiente. El famoso hacendado al que casi mató nunca la tocó. Fue su pretendiente y Villa, creyendo que por ser rico sólo quería burlarse de ella, consideró justo meterle un tiro que de milagro no lo mandó al otro mundo.
Algo que revela la poca imaginación de Villa es la manera tan sencilla en que narró sus batallas. Apenas cuenta detalles muy generales el hombre que se supone las planeó y las ejecutó de manera magistral. Eso quizás sea justificable si tomamos en cuenta que Villa, hombre semianalfabeto, no poseía los elementos necesarios para enriquecer una narración, y al momento de dictar sobre sus batallas fue incapaz de hacerlo detalladamente. Es cuando menos extraño que si fue incapaz de narrarlas haya podido ejecutarlas.
Se cuidó muy bien de contar algo sobre sus crímenes, que fueron muchos. Tan sólo fue capaz de decir que un santo no era. Cierto. Y al ser derrotado por Obregón tuvo la modestia de admitir su vanidad y de decir que simplemente se había creído general y que tal cosa se debió en parte a los homenajes que le hizo el propio ejército de los Estados Unidos.
Pasando a la parte del libro escrita por Rafael F. Muñoz, es muy agradable su lectura, como no podía ser de otra forma tratándose de un autor tan capaz. Muñoz nos cuenta las hazañas de Villa cuando pasó de general a bandolero. Fue un verdadero terrorismo lo que ejerció en el estado de Chihuahua, asesinando a inocentes que no cometían más crimen que cruzarse en su camino.
Perdido su prestigio, buscado como un delincuente por todos lados y sabedor de que jamás habría de volver a ser un hombre respetable y un general admirado, Villa se dedicó simple y sencillamente a saquear, extorsionar y matar, exhibiendo en cada acto una crueldad que hacía a muchos pensar si era realmente ese tirano el que antes fuera un general tan respetado.
Fue un criminal. De eso no hay duda alguna. Asesinó a mujeres, niños y hombres inocentes que jamás lo habían ofendido mínimamente. Incluso sus más grandes defensores no ocultan sus crímenes, pero lo defienden diciendo que era una revolución y que en toda revolución hay crímenes. ¡Vaya forma de defenderlo! Es raro, muy raro, que ese hombre sea considerado un héroe no sólo por sus admiradores que no saben nada de su biografía, sino también, de manera oficial, por el mismo Estado mexicano.

Lee otra reseña: Martín Garatuza

domingo, 18 de noviembre de 2012

Presidentes mexicanos del siglo XIX


Los presidentes de la actualidad viven rodados de lujos, gastando lo que no es de ellos en cosas absurdas e inútiles, realizando viajes protocolarios muchas veces innecesarios y desde luego muy costosos, pasan mucho tiempo frente a las cámaras de televisión, hablando como iluminados, tienen garantizados por sólidas instituciones sus seis años en el poder y gozan de una seguridad similar a la de una princesa egipcia en tiempos de los faraones.
Muy diferente era la vida de sus predecesores del siglo XIX, cuando México comenzaba a dar sus primeros pasos como país independiente. En aquella época la situación del los presidentes solía ser muy difícil. Nunca había dinero siquiera para lo más indispensable, no llegaban al poder por la vía del voto sino del cartelazo, y por tanto vivían temerosos de que otro cuartelazo los alejara de la silla presidencial.
Los gobiernos a veces eran muy efímeros, de apenas semanas o meses, y luego ocurría que no había un presidente sino dos, y cada uno con ganas de atrapar al otro para ponerlo de espaldas a un muro de piedra con un pelotón de fusilamiento enfrente. También hubo casos en que de nada le servía a alguien ser presidente porque los estados de la republica se negaban a reconocerlo como tal.
Los de hoy suelen tener preparación universitaria, hablan inglés -algunos-, son hombres cultos -también algunos-, pero en el siglo XIX hubo presidentes con formación cultural bastante escasa, como el general Vicente Guerrero, hombre sumamente noble y sumamente patriota, pero que leía con dificultades y se trababa mucho cuando lo carrereaban. Aunque en ese turbulento siglo dos claras excepciones fueron Juárez y Maximiliano -en calidad de emperador el último-, los dos gobernantes más sabios y poliglotas que ha tenido México en su historia. Lástima que aun teniendo la misma ideología les tocó gobernar al mismo tiempo y uno terminó fusilando al otro.
Pero en el siglo XIX todos sabían que por gobernar a México había grandes posibilidades de morir. Los presidentes a menudo se veían recorriendo el país en largas jornadas a caballo y pasando unas hambres de león, ya fuera para vencer a su oponente o para escapar de él. Cuatro jefes de Estado mexicanos fueron pasados por las armas en poco más de cuarenta años. El primero fue Agustín de Iturbide, el libertador, y su fusilamiento marcó el inicio de México con el pie izquierdo en su período de libertad.
Después de Iturbide fue fusilado el otro libertador, Guerrero. Fue emperador uno y presidente el otro y fueron fusilados con una diferencia de siete años como consecuencia en gran medida de la ambición y los cuartelazos del general Santa Anna. Juárez, que en todo fue más eficiente que Santa Anna, también fusiló a un emperador y a un presidente, pero el mismo día y a la misma hora, y también, claro, en el mismo lugar.
Las biografías de los presidentes mexicanos del siglo XIX nos enseñan lo difícil que fue consolidar el cargo de presidente tal y como se encuentra hoy. Hoy México es un ejemplo para Latinoamérica. Si de algo estamos seguros es de que el presidente no se va a reelegir, de que el ejército no lo va a derrocar, de que a menos que muera, o cometa serios errores, sus funciones durarán seis años justos. Parece poco, pero viendo a otros países podemos ver que eso es mucho y le sirve a México para tener un poco de estabilidad, tan necesaria para que un país pueda intentar dejar su pobreza en el pasado.

Lee otra reseña: El Cerro de las Campanas 

jueves, 15 de noviembre de 2012

Hidalgo y Morelos, Villa y Zapata



En charlas informales carentes de cultura, cuando se habla de la Independencia de México inmediatamente salen a relucir dos hombres que se supone lucharon mucho y unidos para lograrla: Hidalgo y Morelos; y cuando se habla de la Revolución salen otros dos a los que muchos imaginan juntos -porque se fotografiaron juntos-: Villa y Zapata. Pero la verdad es que estos dos pares de hombres tuvieron tanto contacto entre sí como Juárez y Maximiliano.
Hidalgo y Morelos ya en la guerra de independencia sólo se vieron una vez.  No pelearon hombro con hombro ni se enviaron refuerzos uno al otro para ayudarse en las batallas. Su relación fue completamente inexistente. Cada uno por su lado buscó la libertad y halló el fracaso. Compartían el anhelo independentista, pero tenían muy distintos objetivos. Eran curas, pero eran diferentes. Hidalgo era un teólogo intelectual; Morelos en sus Sentimientos de la Nación dejó ver sus buenas intenciones y la cortedad de su intelecto.
En el ramo militar fue donde Morelos sí superó a Hidalgo. Era un buen estratega, pero no tanto como muchos llenos de fervor patriótico han querido hacer creer. Esa vieja leyenda de que Napoleón lo admiraba es falsa. Sospecho que surgió a raíz de una película. No hay que creer todo lo que nos dice el cine. Napoleón jamás supo que existía Morelos. Otra de sus virtudes fue su magnanimidad para con los prisioneros, la misma que no compartía Hidalgo.
Morelos también fue un hombre modesto, quería ser sólo siervo de la nación. Hidalgo quiso ser y fue generalísimo, rango militar que ridiculizó en sus campañas. Algo que sí tuvieron en común, aparte de ser curas, fue el hecho de que creían que el celibato prohibía casarse, pero que no prohibía tener una sexualidad muy activa. Una de las faltas de Morelos a su condición de sacerdote de la iglesia católica, llegó a ser un militar de confianza de Santa Anna y hasta mariscal de adorno en el imperio de Maximiliano. Se llamó Juan Nepomuceno Almonte, no llevó el apellido Morelos porque… porque su padre era cura y se suponía que no debía tener hijos.
Pasando a Villa y Zapata, tampoco tuvieron mucho que ver. Villa participó en muchas batallas. Ganó menos de la que se cree. No era en realidad un militar, su ignorancia lo incapacitaba para conocer las más elementales reglas de las maniobras militares. Lo que sí tuvo fue vocación de bandido. Y eso fue disfrazado de revolucionario hasta que el general Felipe Ángeles llegó a disciplinar  a sus salvajes huestes. De allí se formó un cuerpo de ejército que muchos han confundido con una sola división -pero que en realidad fueron tres-, letal con la caballería y más con la artillería, pero deficiente con la infantería. Cuando Ángeles lo abandonó, Villa volvió a ser lo que había sido, un bandido, pero mucho más sanguinario.
Zapata no fue militar. Eso de general siempre le quedó grande. Pero sí fue un buen hombre que perseguía una causa justa. Libró muchas menos batallas que Villa y cometió muchísimos menos crímenes. Se vieron sólo una vez en la ciudad de México, simpatizaron, pero sus respectivos soldados querían comerse unos a otros. Después cada quien volvió a sus zonas de influencia. Tuvieron contacto cuando a ambos les cayó encima la desgracia, pero no se prestaron ayuda, ni uno ni otro tenía posibilidades de hacerlo.
Y aunque los que reescribieron la revolución los quisieron elevar como los dos más grandes caudillos con muchas afinidades ideológicas, en poco se parecieron, a lo mucho en sus escasas nociones de socialismo que Zapata practicó y Villa usó para vivir sin trabajar, asesinando y dándoselas de mártir. Zapata, todo lo indica, era un hombre que puede ser calificado como honesto; y Villa, todo lo asegura, era un delincuente.

Lee otra reseña: Juárez y su México

sábado, 10 de noviembre de 2012

Ignacio Zaragoza – Alfonso Hurtado


El general Zaragoza en muchos aspectos fue un militar atípico en el México del siglo XIX: no tenía ambiciones políticas, era modesto sobre sus capacidades como militar, tenía la prudencia por virtud, no ambicionaba ascensos sin méritos y tampoco exhibía crueldad. Tan prudente fue en su vida privada que mucho se ignora de él en ese sentido. Y como muestra está la biografía que le escribió Alfonso Hurtada, de la que toca hablar hoy.
En este libro, con una prosa en extremo sencilla y quizás anacrónica, conocemos los importantes sucesos de la historia de México en los cuales el general Zaragoza se distinguió como un buen hijo de su patria. Sin embargo, más parece un ensayo sobre la guerra de reforma y el principio de la intervención francesa que una biografía del general. Apenas hay un acercamiento a él que no alcanza a ser biografía.
Hurtado nos cuenta algo sobre sus orígenes tejanos, su vocación por la carrera de las armas y su ingreso al bando liberal para echar a Santa Anna, por última vez en su larga carrera, de la presidencia de México. Zaragoza era un hombre convencido de sus convicciones ideológicas y estaba al tanto de algunas de sus carencias por no haber podido terminar su formación militar -las cuales le ayudó a superar el general francés conde de Lorencez-.
En en el conflicto armado que se desató por causa de la reforma la capacidad de Zaragoza se vio del todo opacada por el genio de Miguel Miramón, un general que parecía haber inventado la guerra. Pero el tejano no era precisamente un hombre de pasiones. Era prudente -virtud que no ha sido aliada de muchos militares mexicanos- y ésa era su gran ventaja. La sangrienta guerra de reforma lo formó.  No pocas veces estuvo a punto de perder la vida y conoció el amargo sabor de la derrota. Por eso cuando llegaron los franceses, Zaragoza ya era un buen militar, con experiencia y astucia.
De esos aspectos y algunos otros no poco importantes sobre la vida de Zaragoza trata este libro. Pero falta información sobre él, información más cercana al hombre, porque eso es lo que contiene una biografía. Quizás el general supo cuidar su vida privada, ya que la prudencia de un hombre empieza por allí.
Revisando la bibliografía de la que se valió Hurtado, he visto que apenas uno de los libros es una biografía de Zaragoza, la que escribió su contemporáneo y amigo Manuel Z. Gómez. No se puede escribir una biografía de un personaje valiéndose apenas de otra, pero si no hay más tampoco existe otra opción. 

miércoles, 7 de noviembre de 2012

¿De dónde salió Pancho Villa?


Me refiero al nombre, porque el hombre, naturalmente, salió de su madre, pero lo cierto es que el famoso revolucionario se llamaba, legalmente, Doroteo Arango Arámbula, no tenía nada ni de Pancho ni de Villa. Y las razones del cambio de nombre no están del todo claras y son aún discutidas.
La teoría que conocen hasta aquellos seguidores de Villa que nunca han leído una biografía de él porque es leyenda popular, es que durante su etapa como delincuente -antes de la Revolución, porque después fue delincuente y general- estuvo en una banda liderada por un personaje llamado Pancho Villa, y éste, herido de muerte en una refriega, le heredó el mando a Doroteo, quien pasó a llamarse en honor a su jefe muerto como él, Pancho Villa.
Otra teoría dice que por cuestiones de amoríos clandestinos e hijos no reconocidos, el apellido que le correspondía a Doroteo era el de Villa, y que sabiéndolo ya de adulto decidió hacer la necesaria corrección para llamarse como era debido. Aunque suena un poco extraño que un hombre que aprendió a leer ya muy grandecito tuviera la precaución de preocuparse por esas cosas.
Pero hay una teoría más que dejó el propio Villa en sus breves memorias, aunque los historiadores al parecer no han hecho mucho caso de ésta. Villa sí acepta haber formado parte de una banda de forajidos, pero liderada por un hombre llamado Ignacio Parra, al que Villa no vio morir, sino que se separó de él por petición de su madre, aún llevando su nombre autentico.
Sin embargo, el joven bandido Doroteo ya era muy perseguido en su natal Durango, y cuando se mudó a Chihuahua con la intención de trabajar honradamente decidió, para despistar a las autoridades, cambiarse el nombre y llamarse Pancho (Francisco) Villa. Eso dice él en sus memorias, mas no explica de dónde salió el nombre, y ésa sigue siendo la incógnita.