Uno de los personajes más
polémicos de la historia de México es Hernán Cortés. Para los mexicanos Cortés no es héroe, ni mucho menos. En la época de la independencia querían deshacerse
de lo poco que de él queda: sus huesos. Su figura está muy por detrás de
Cuauhtemoc, aquel al que le quemó los pies para averiguar dónde estaban unos
supuestos tesoros. Su mayor monumento, en el país que él fundó, es un mar mexicano
que lleva su nombre: El Mar de Cortés.
Llegó muy joven a America,
siendo un don nadie. Pero sus ambiciones eran muchas, y estaba dispuesto a lo
que fuera para cumplirlas. Permaneció en Cuba por una temporada, donde se ganó
la enemistad del gobernador. En contra de él y sin pedir permiso alguno, se
hizo a la mar con unos cuantos españoles a los que convenció de seguir su
suerte. Desembarcaron en las costas de la Península de Yucatán. Tras una escaramuza con los
nativos, Cortés se hizo de una persona que le seria muy útil, tanto en la cama
como en la guerra: Malinche.
Con un contingente de no más
de mil hombres, unos cuantos caballos, y otros tantos cañones, era imposible
dominar al Imperio Azteca, por mucho que las huestes de Moctezuma carecieran de
caballería y artillería. Pero Cortés, astuto como ninguno, se dio cuenta de
unas cuantas cosas que le ayudarían a fundar su imperio: el pánico que causaba
el ruido de los cañones a los nativos, lo supersticioso que era el Emperador y que los pueblos sometidos por él lo odiaban y ya no veían el día en que se lo pudieran quitar
de encima.
Después de su paso por
Yucatán, volvió a desembarcar en lo que hoy es Veracruz, más propiamente, en el
islote que alberga la fortaleza de San Juan de Ulúa. De allí comenzó su marcha
por tierras mexicanas, ganando aliados y matando a los que se le oponían. Su
destino era incierto, pero las cosas cada día se ajustaban más a sus deseos.
Constantemente recibía a embajadores de Moctezuma que venían a abogar por la
paz. Él no se la podía creer, no era posible que un emperador tan poderoso y
belicoso como Moctezuma, estuviera buscando una salida pacifica. De allí en
adelante todo fue rápido y desconcertante para la historia: el Imperio Azteca
se rindió sin, como hoy diríamos, disparar un solo tiro. Moctezuma habló a su
pueblo para informarles que cedía sus poderes a Carlos I de España, un rey que
no tenía la más remota idea de que un completo desconocido le estaba
consiguiendo un imperio.
Un día que Cortés salió a
combatir a otro español que ambicionaba gloria donde él ya la tenía toda, dejó
al hombre menos indicado en su puesto. El resultado casi le cuesta la vida al
propio Cortés. La gran mayoría de los españoles cayeron en batalla y, en un
abrir y cerrar de ojos, el conquistador perdió lo que en poco tiempo había
ganado. Sólo quedaba una forma para someter al Imperio Azteca: la guerra.
Para ello, Cortés reunió un
ejército de cien mil nativos, todos enemigos de los aztecas. Y dio comienzo la guerra más sangrienta que se había visto en tierras americanas. Después de
resistir heroicamente por meses, El Imperio Azteca cayó en manos de Cortés. Le
puso el nombre de Nueva España y se autonombró gobernador general.
La fama de Cortés se expandió
por el mundo. Llegó a España, donde se ganó muchos enemigos, celosos de su fama
como conquistador. Entre ellos estaba el propio rey, que pronto envió quien lo
vigilara. Cortés trató de hacer las cosas como buen diplomático. Pero al mismo
tiempo no paraba de soñar con más conquistas. Se fue a Honduras, a castigar a
un rebelde, dejando en su puesto a los
enviados del rey. Ese viaje fue el primer gran error que cometió y el que marcó
su declive en la Nueva
España. Fue un completo desastre en el que murieron casi todos
los que iban con él, hasta el ex emperador Cuauhtemoc por órdenes suyas. Cortés salvó la vida de milagro, pero sí perdió su puesto.
Muchos hombres poderosos lo odiaba y él, conciente de que se intrigaba contra él en España, partió para ganarse la confianza del rey.
El rey, para que no se dijera
que trataba mal al que le había conseguido un imperio sin pedirle dinero, lo
recibió amigablemente. Pero por detrás de él, ordenaba que, en la Nueva España , se le sometiera a
un juicio. Ahora que estaba lejos se conspiraba contra él donde antes nadie se
atrevía. Pero Cortés, mañoso como él solo, se le adelantó al rey. Por aquellos
tiempos, sólo había una figura mas poderosa que la del monarca: Dios, o lo que
era lo mismo, el Papa. Envió un cofre con joyas al jefe del Vaticano. La
respuesta fue inmediata, el pontífice perdonó sus crímenes contra los nativos y
hasta convirtió en legítimos a sus hijos bastardos. El rey se vio obligado a
suspender el juicio contra el conquistador y darle lo que, modestamente, Cortés
pedía por sus servicios, que se limitaba a lo que hoy es una buena parte del
sur de México.
Pero Carlos I no estaba
dispuesto a devolverle, ni de chiste, el mando supremo de la Nueva España. Después del rey,
el peor enemigo de Cortés era Nuño de Guzmán, gobernador, él sí, del imperio
que Cortés había conquistado. De Guzmán se negó rotundamente a suspender el
juicio, en ausencia, contra Cortés. Y
como se le hicieron pocos los delitos, le agregó todos los que se le vinieron a
la cabeza.
Cuando Cortés volvió a México
se encontró con que lo habían dejado en la miseria. Sus enemigos estaban por
todas partes y tuvo que hacer grandes esfuerzos para quitárselos de encima. Lo
logró y también recuperó en parte lo que le habían arrebatado, pero en las
escaramuzas murió su madre, a quien traía consigo a México para que viviera en
la opulencia después de haber llevado una vida de escasez.
Todavía dio lata por una
buena temporada, hizo más descubrimientos y cosechó más enemigos. Volvió a
España para defender una vez más sus derechos, pero ya entonces tenía hasta la coronilla al
rey y esta vez no se la perdonó. Le prohibió regresar a la Nueva España y años después
murió, en la más completa miseria.
Es cierto que Cortés fue un hombre sumamente ambicioso y que cometió
muchos crímenes innombrables para satisfacerse, pero eso no le quita ser lo que
es: el padre de México. Él fundó al país y ésa es una verdad incuestionable. La
mayor prueba es precisamente su obra. México se parece mucho más a él que
cualquier emperador azteca, porque lo hizo, quizás sin querer, a su imagen y
semejanza.
Hernán Cortés NO fundó México, el imperio azteca ya tenía su propio sistema político y social, un cuerpo teológico, amén de sus innovadoras tecnologías como el sistema de drenajes y el sistema de cultivos de chinampas que ni eran conocidos en España (era sabido el alto nivel de insalubridad de esa nación en aquellos tiempos) se me olvidaba mencionar el calendario azteca, tan exacto como sorprendente.
ResponderEliminarMás bien, México es el Padre y la Madre de España, por todo el oro que Cortés y sus secuaces sacó de México y que financiaron ese país por siglos enteros, y ni salir con el cuento del mestizaje, éste se iba a dar a final de cuentas, lo malo que a México le toco con la paria más grande de España. Cortés incluso pisoteó su religión, celebraba misa antes de ir a matar y violar indígenas. Argumentos que pueden ser comprobados y respaldados por los escritos de Diaz del Castillo, Quiroga y demás. Cortés solo puede ser comparable ccon Adolfo Hitler, ambos genocidas, ambiciosos y traidores. He ahí el Cortés que muchos quieren convertir en héroe... en ese caso también Hitler merece un monumento
Los aztecas eran unos asesinos y unos barbaros. Tenian masacrados a los demas pueblos y por eso Cortes, con su ayuda, derrotó a los tiranos aztecas. Cortés es un héroe.
Eliminarlos aztecas eran unos asesinos , pero no eran unos barbaros, los españoles eran unos asesinos, y no la cultura española pero sí los que venían con cortés, esos sí eran unos bárbaros, ¿qué cosa es ser un heroe? es como si llegara el cártel de jalisco y matara a todos los zetas que te tenían dominado, . dirías que son unos heroes, ahora que les pertences a ellos ?que pendejo , llegan unos para quitar a otros estupido ignorante pero eso no es serheroe, y barbabro investiga pendejo que significa bárbaro.
EliminarUno de los hombres más incomprendidos de la historia. Sus errores fueron su excesiva brutalidad y su ambición sin límites. Confiar en el rey de España, en algunos de los suyos, junto a la expedición de las Hibueras lo llevó a la ruina. El español es su propio enemigo.
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