Hace mucho tiempo, cuando apenas empezaba a
interesarme por la historia de México y llevaba unos cuantos libros leídos,
creía que el general Miguel Miramón había sido un monárquico o imperialista en
el aspecto ideológico. Por su muerte junto al Emperador, cualquiera es libre de
pensar que era como Gutiérrez de Estrada, Hidalgo o Almonte, un fiel partidario
de la monarquía, ansioso de que se estableciera el Imperio para adueñarse de
algún titulo de conde o duque. Nada más lejos de la realidad. Miramón nunca fue
imperialista, y si murió junto al Emperador fue por las circunstancias que lo
orillaron a ir a donde no quería desde que terminó la guerra de Reforma.
Concientes de sus enormes cualidades militares,
cuando se hacían los arreglos con Maximiliano, los que sí eran imperialistas
trataron por todos los medios de ganar a Miramon para su bando. Como éstos
eran, en su mayoría, los conservadores, sus compañeros de partido, pensaron que
la tarea les resultaría fácil, pero se equivocaron.
Cuando los franceses desembarcaron en Veracruz,
Miramón, en un arranque de patriotismo, le ofreció sumisión a Juárez, su peor y
más odiado enemigo, con tal de que le diera un cuerpo de ejército para defender
a su patria. Tal posibilidad alegraba a muchos patriotas. Juárez, además de
Zaragoza que murió muy pronto, no tenía generales. Eran unos improvisados que
con dificultades llegaban a cabos y no pensaban más que en encerrarse en una
ciudad y resistir hasta que ya no tuvieran con que pelear.
Miramón por el contrario no se habría ido a
encerrar, habría buscado un campo de batalla adecuado, en el cual poder usar su
especialidad: la guerra relámpago. Pero Juárez no estaba dispuesto a tener
conservadores cerca, y menos a uno que tenía muchos admiradores y seguidores.
¿Cuál fue su respuesta a la propuesta de tregua de Miramón? Le ordenó al
general Mariano Escobedo que lo capturara, lo pusiera de espaldas a un muro de
piedra y lo mandara mucho al otro mundo.
Ante un panorama nada alentador en el bando
juarista, donde antes que una mano amiga lo esperaba un pelotón de
fusilamiento, Miramón optó por irse al maximilianista. Pero tómese en cuenta
que antes de inclinarse por el Imperio pensó en ser un servidor del mismísimo
Juárez.
Maximiliano lo puso a las órdenes de los
franceses. No confiaba en él y no quería tenerlo cerca. El pequeño gnomo,
Aquiles Bazaine, el jefe del ejército francés, no quería imaginar siquiera que
un general mexicano le hiciera sombra. Miramón era un gigantón bastante
apuesto, casi podría decirse que mandado a hacer para vestir de militar. En el
campo de batalla era en un verdadero genio y nadie lo ignoraba. Así que Bazaine
tomó la decisión de humillarlo para minimizar su figura. Lo puso a las órdenes
de un coronel y le inventó uno que otro chisme de vecindad.
Herido en su orgullo al ser un general de
división, Miramón optó esta vez por apartarse del Imperio. Maximiliano, para no
tenerlo como enemigo y sí tenerlo lejos, lo envió a Prusia a pulir su talento. Cuando
el Imperio estaba por caerse y el Emperador dudaba en Orizaba si volvía a
Europa a vivir como cobarde o se quedaba a morir como valiente, sin que hubiera
más opciones, Miramón regresó y se entrevistó con él. No confiaban uno en el
otro y no eran partidarios uno del otro, pero se necesitaban.
Todavía tuvieron que atravesar por muchas
dificultades para darse el sincero abrazo que se dieron antes de que los
pelotones dispararan en el Cerro de las Campanas. Miramón al mando de un
improvisado y reducido ejército fue derrotado por Mariano Escobedo en
Zacatecas, cuando era el general en quien más confianza tenía Maximiliano. Allí éste perdió la confianza en su talento y también en su lealtad. Después ambos
personajes se encerraron en Querétaro, a resistir las tenues y deficientes maniobras
militares de Escobedo. En esa ciudad la desconfianza reinó por meses, hasta que
por fin, después de una larga charla, se hicieron amigos. Y así morirían.
Pero Miramón, pese a todo, no murió como imperialista, murió como lo que había sido toda su vida adulta, un miembro del partido conservador, junto a un personaje que sus compañeros habían añadido a la lucha sin su consentimiento.
Pero Miramón, pese a todo, no murió como imperialista, murió como lo que había sido toda su vida adulta, un miembro del partido conservador, junto a un personaje que sus compañeros habían añadido a la lucha sin su consentimiento.
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