Tal vez muchos vean El Estado megalómano como un
libro acotado por fronteras físicas y culturales, debido a que se trata de una
crítica al Partido Socialista Francés y al principio de la gestión de François Mitterrand como presidente de los galos. Pero quien
piense eso está incurriendo en un error, El Estado megalómano es una de
las mejores críticas de cuantas se escribieron el siglo pasado al casi siempre
manifiesto deseo del Estado, de cualquier país, por acapararlo todo.
Nada más
hace falta leer las primeras páginas del libro para comprender que Revel fue
uno de los intelectuales más brillantes de su tiempo y quizás el mejor y más
sincero defensor de la libertar. Sus explicaciones son sencillas, sus analogías
muy apropiadas y sus paralelismos más que aceptables. Otro aspecto que
enriquece el libro es el humor negro del autor, que aunque instruye al lector
sobre un tema verdaderamente importante -e ignorado en 1982, al publicarse El Estado megalómano, cuando aún existía
la URSS-, no
deja de tomárselo todo a broma, tal vez porque sabía que el fruto de sus
reflexiones sería ignorado por Francia y por el mundo.
Después de pasar los primeros capítulos del libro, que
también son los más agradables en cuanto a calidad literaria se refiere, viene
lo más duro -y sin duda lo que más le dolió Mitterrand y a su
cuadrilla de marxistas disfrazados de socialistas tolerantes-, el
desenmascaramiento de las políticas ocultas y totalitarias que se escondían
detrás de las buenas intenciones que exhibían quienes se apropiaron del
gobierno francés en 1981.
Mitterrand y los
suyos iniciaron su gestión con una discreta labor de transformación de Francia
y de los franceses de la manera más radical. Había que cambiar la imagen que se
tenía del gobierno anterior, pasarlo de bueno a pésimo, había que cambiar la
economía, pasarla de privada a pública, había que cambiar a los medios de
comunicación, pasarlos de libres a encubridores de los errores del Estado, y
había que cambiar a los franceses, pasarlos de ciudadanos libres a piezas de
una maquina estatal y colectiva al más puro estilo soviético y cubano.
El Estado megalómano no es sólo una crítica al gobierno de Mitterrand en Francia, es una verdadera bofetada a los partidos izquierdistas de todo el mundo, es una patada donde más duele a la hipocresía de quienes teniendo a los pobres en la boca todo el tiempo quieren no sólo dinero sino poder ilimitado para hacer lo que les dicte su faraónica conciencia. Ojala los izquierdistas que en la actualidad tienen cargos públicos leyeran este libro; quizás le aprendan algo y sin duda verán en él su flaqueza intelectual y, desde luego, moral.
El Estado megalómano no es sólo una crítica al gobierno de Mitterrand en Francia, es una verdadera bofetada a los partidos izquierdistas de todo el mundo, es una patada donde más duele a la hipocresía de quienes teniendo a los pobres en la boca todo el tiempo quieren no sólo dinero sino poder ilimitado para hacer lo que les dicte su faraónica conciencia. Ojala los izquierdistas que en la actualidad tienen cargos públicos leyeran este libro; quizás le aprendan algo y sin duda verán en él su flaqueza intelectual y, desde luego, moral.
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