Cuando las
tropas francesas y casi la totalidad de la legión austro-belga abandonaron
México a principios de 1867, Maximiliano tenía a su mando a tres respetados,
odiados y temidos generales del partido conservador: Leonardo Márquez, Miguel
Miramón y Tomás Mejía.
Los dos
primeros no veían a Maximiliano precisamente como una figura ante la cual
agachar la cabeza. El emperador no compartía en absoluto los principios de su
partido y ellos lo sabían muy bien. Si hicieron presión para que se quedara en
el país fue porque lo conservadores necesitaban un símbolo que los mantuviera
unidos, pero no lo querían para que diera las órdenes.
Márquez no
estimaba en absoluto al emperador. Incluso no lo consideraba muy inteligente. Y
fiel a su costumbre de fusilar a cuanto prisionero caía en sus manos, discrepó
no pocas veces con Maximiliano porque éste era un hombre muy magnánimo. Cuando
lo envió de Querétaro a la ciudad de México para recoger las tropas que allí
estaban, Márquez desobedeció desde el principio las órdenes imperiales y actuó
de acuerdo a su criterio. Pese a todo, ese viaje le salvó la vida. No estuvo,
para desgracia de los juaristas que ansiaban fusilarlo, en Querétaro cuando
esta ciudad cayó rendida.
Miramón
por su parte no era ni siquiera imperialista. Aceptaba, por decisión de la
mayoría de los miembros de su partido, y porque no tenía muchas opciones, que
Maximiliano fuera la autoridad suprema. Trató incluso de complacerlo, pero en
un principio no le fue sencillo ya que Márquez se dedicó a desprestigiarlo
después de que perdió una batalla cerca de Zacatecas contra el general juarista
Mariano Escobedo.
Al final
de la guerra fue Miramón quien, de los dos, demostró ser más fiel al emperador,
quizás porque era también más honorable y sobre todo más valiente, cualidades
que ni siquiera sus enemigos negaron que tenía. Pero no fueron Miramón y
Márquez precisamente ejemplos de lealtad, probablemente porque ambos se creían
hechos para mandar.
Un caso
muy diferente fue el del general Tomás Mejía, un indio otomí de raza pura,
militar de carrera, bravo entre los bravos, magnánimo con los vencidos y el más
leal soldado de Maximiliano desde que llegó a México. Cuando se conocieron,
Mejía no pudo articular palabra alguna por la emoción y el emperador comprendió
cuán leal le era aquel hombre. Precisamente por eso no lo exilió como sí hizo
con Miramón y Márquez, de quienes se deshizo porque no quería tener nada que
ver con ellos.
Mejía fue
puesto a las órdenes del mariscal Bazaine y por su disciplina y valor llegó a
ganarse incluso elogios de los franceses, renuentes siempre a reconocer
los méritos de los militares mexicanos que luchaban junto con ellos. Aunque los
franceses no eran en absoluto de su agrado, y sabiendo que por servir junto a ellos se pondría en
duda su patriotismo, los toleraba porque anhelaba la consolidación del Imperio,
único, a su juicio, capaz de llevar relaciones armoniosas con la iglesia
católica, por la que tanta veneración sentía.
Aun siendo
un fiel católico, no se quebrantó en él la lealtad que sentía por Maximiliano
cuando éste rompió con la iglesia. Pero tampoco recibió la misma
consideración. Poco antes de que casi todos los imperialistas se atrincheraran
en Querétaro, el emperador lo acusó de hacerse el enfermo para no combatir.
La
realidad era que Mejía realmente estaba muy enfermo, y sus padecimientos se
prolongarían hasta que fue fusilado. Pero aun estando enfermo, durante el
sitio de Querétaro dejó no pocas veces probado su valor. Era un general de
caballería que no acostumbra ver los combates desde su trinchera, con lanza en
mano llegó a batirse contra los juaristas.
En
aquellos difíciles días fue cuando Maximiliano comprendió cuánto valía aquel
bravo general y cuánta lealtad le profesaba a su persona. Poco antes de que los
hicieran prisioneros, con apenas unos pocos soldados de caballería, Mejía, ya
muy enfermo, le dio al emperador a elegir entre rendirse o hacer un suicida
carga para romper el cerco. Pero el emperador, con unos nervios no aptos para
tomar tales decisiones, se inclinó por la rendición.
Ya estando prisionero Mejía todavía tuvo la oportunidad de demostrarle al emperador una vez
más su lealtad. Años atrás, en Ríoverde, San Luis Potosí, había hecho
prisionero al general Mariano Escobedo, pero al ser un hombre sumamente
religioso y libre de odios, le perdonó la vida, cosa rara en aquella guerra.
Poco antes de que se celebrara la ejecución en el Cerro de las Campanas,
Escobedo se presentó en la celda de Mejía para saldar la deuda de honor que
tenía pendiente. Mejía le preguntó si también dejaría escapar a sus compañeros
de infortunio, Maximiliano y Miramón, a lo que el general juarista respondió
que no. Entonces el bravo otomí rechazó la oferta argumentando que no era capaz
de abandonarlos.
Muchos han escrito que a diferencia de Miramón, Mejía llegó al Cerro de las Campanas cabizbajo, quizás atemorizado, pero en realidad sus padecimientos apenas le permitían mantenerse de pie. Incluso dos soldados tuvieron que llevarlo del brazo hasta el lugar donde sería fusilado. A pesar de que le dolía dejar a su hijo recién nacido huérfano, que se llamó Tomás Maximiliano, murió como todo un hombre y como un general digno, defendiendo sus convicciones, que era muy libre de tener.
Tomás Mejía es un persona muy interesante, tristemente olvidado. ¿El libro así se llama, Tomás Mejía, el rostro de la lealtad? ¿Quién es el autor? Muchas gracias.
ResponderEliminarBusqué en la web el libro con el título de tu post, pero no lo encontré. ¿Cuentas con versión digital del ejemplar? La producción historiográfica del II imperio es interesa te, pero también lo sería leer más sobre el general Mejía.
ResponderEliminarEl general Tomas Mejía "El indio fiel"
ResponderEliminarEs un personaje interesante en nuestra historia y que trasciende las riñas partidistas.
ResponderEliminarINTERESANTE DESCRIPCIÓN PERO NO SE ACLARA SI ES UN LIBRO O UNA BIOGRAFÍA. FAVOR DE ESPECIFICARLO, GRACIAS.
ResponderEliminarBuenos días, no se trata de una biografía, es más bien un breve artículo sobre la figura de Mejía, como resultado de que llevo varios años estudiando el Segundo Imperio y sus personajes. Saludos
ResponderEliminar