martes, 9 de octubre de 2012

México bárbaro – John Kenneth Turner


Mucho se ha dicho que Porfirio Díaz fue un pésimo gobernante, que fundó una dictadura genocida en la cual se coronó como una especie de rey y se dedicó a dar las riquezas del país a los capitalistas mexicanos y extranjeros.
Lo cierto es que sobre Díaz bastante se ha mentido durante un largo siglo. El régimen posrevolucionario necesitaba dejar su imagen por los suelos para así poder justificar sus acciones. La dictadura de Díaz estuvo muy lejos de ser como la castrista. En esa época la economía del país creció como la espuma, los estados de la republica por fin reconocieron al gobierno federal, México fue un país al que incluso muchos extranjeros quería emigrar y, algo muy importante, la paz que consiguió Díaz fue tan admirable que durante su gobierno Chucho el Roto, el hombre más buscado de su época, se hizo famoso por ser simple y sencillamente un ladrón. Hoy en día para ser el más buscado por el gobierno federal hay que hacer mucho más que eso.
Durante el Porfiriato, México no fue sólo uno de los países más prósperos de América, sino del mundo. Las condiciones infrahumanas de las clases necesitadas y la inexistencia de derechos para los trabajadores no hacían del país una excepción. Así era en todos lados. En realidad cuando gobernó Díaz puede decirse que fue cuando México fue un mejor país. Probaron sus sucesores que un montón de leyes no hacen funcionar bien a una sociedad, sino las acciones bien llevadas a cabo. Si Porfirio hubiera sabido moverse a tiempo y de manera discreta, y mover a sus subordinados, México hoy sería una potencia mundial y él sería recordado como el mejor presidente de nuestra historia.
Pero es cierto que también hubo cosas muy negras durante el Porfiriato. Díaz quería progreso, dejó a los capitalistas hallar la manera de conseguirlo y él cerró los ojos. En la primera década del siglo XX el periodista norteamericano John Kenneth Turner hizo un recorrido por el país para estudiar lo que era un secreto a voces: la esclavitud. Sus descubrimientos le dieron para publicar un libro verdaderamente aterrador, titulado, con toda justicia, México bárbaro.
El periodista yanqui se hizo pasar por un inversionista sin intenciones de cuestionar la esclavitud y de esa manera los tiranos esclavistas a los que entrevistó le soltaron toda la información que buscaba. Durante el Porfiriato no era necesario ser delincuente para ser privado de la libertar y posteriormente obligado a trabajar como esclavo en condiciones tan inhumanas que garantizaban una pronta muerte, sólo bastaba con ser pobre o extranjero (chino) o indio (yaqui), para convertirse en mercancía que se podía transformar en mano de obra y ser conducido a Yucatán o a Valle Nacional (Oaxaca).
La tribu de los yaquis se convirtió en un blanco perfecto para los esclavistas. Los varones eran conocidos por su gran fuerza física y su resistencia a los grandes y prolongados esfuerzos, lo que los convertía en la mercancía ideal. Turner llegó a admirarlos mucho, incluso los comparó con la raza blanca, a la que él orgullosamente pertenecía. Los yaquis eran secuestrados en sus tierras, en Sonora, trasladaban familias completas a Yucatán; los varones se negaban a ser esclavos, pero a fuerza de hambre y golpizas inhumanas los convencían de que no tenían otra opción. Su destino después de aceptar su terrible realidad era levantarse de madrugada, comer una vez al día una porquería indigerible, ser sometidos a sesiones de latigazos a manera de estimulo y trabajar por unos meses hasta morir.
Para las mujeres había otro infierno, aunque diferente al de sus esposos. Eran entregadas a los esclavos chinos como parejas para que así éstos no estuvieran siempre pensando en hallar la manera de escaparse. Las que se negaban rotundamente a aceptar la imposición sólo tenían la muerte por hambre como segunda opción.
México bárbaro es un libro verdaderamente aterrador. Nos lleva a conocer los extremos a los que llegan los hombres por ambición, la falta de justicia donde el dinero no abunda, la destrucción de familias y de la integridad moral de personas que no habían hecho nada para merecerse tal desgracia. Leer este libro garantiza deprimirse y quizás también llorar. Es lo menos que puede hacerse ante una maldad tan despiadada, tan incomprensible y, desgraciadamente, tan mexicana.

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