Hoy en día
los libros de aventuras pueden ser poco apreciados, y no se diga los de viajes.
Pero cuando no había televisión ni Internet la cosa era bien distinta. La
literatura de viajes era el único medio que tenían los europeos para conocer el
mundo, sobre todo la parte subdesarrollada que veían con incredulidad y que
tanto interés les provocaba.
Los
viajeros con buena prosa solían escribir libros que se convertían en
superventas. Los libros de viajes a Asia, África y América venían a ser para
los editores tan rentables como hoy las novelas fantásticas. México por sus
bellas naturales y sus peculiaridades étnicas siempre despertó el interés de
los extranjeros. Antes del Segundo
Imperio sobre México ya habían escrito dos visitantes, el barón Humboldt y la
marquesa Calderón de la Barca ,
pero cuando aquí fue fusilado un hermano del emperador de Austria y miembro de
la ancestral familia Habsburgo, las musas se les fueron encima a bastantes
personajes que poco o mucho tuvieron que ver en el suceso.
La primera
persona en aprovechar la curiosidad de los europeos por el México de
Maximiliano para publicar un libro de viajes fue la condesa Paula Kolonitz.
Ella viajó a México junto con la pareja imperial, como dama de compañía de
Carlota. Estuvo en el país alrededor de medio año y se fue mucho antes de que
empezara el derrumbe. Escribió un libro breve, pero muy interesante, a pesar de
que no presenció nada relevante con respecto al conflicto tan intenso que
estaba viviendo el país.
Al
regresar a Europa muchos soldados sintieron la necesidad económica y moral de
publicar sus memorias. Es cierto que entonces las guerras eran muy frecuentes,
pero estos soldados volvían a Europa después de haber combatido en un país muy
lejano, lleno de rarezas naturales y raciales, y donde los expedicionarios
europeos habían fracasado y dejado solo a un príncipe que había sido fusilado
en el Cerro de las Campanas. Por tanto, la literatura que podían producir los
soldados que volvían de México despertaba mucho más el interés que la de otros.
En Europa
los diarios y memorias que fueros éxitos editoriales pertenecieron a personajes
que estuvieron con Maximiliano hasta el final. Las ansias de la opinión
publican por saber cómo había sido el colapso del emperador alentaron a los
sobrevivientes a publicar obras literarias con sus recuerdos, maquilladas adecuadamente
para dejar claro que el emperador había muerto por culpa de todos, menos del
autor del libro.
En México,
para los autores mexicanos, el Imperio también les dio la oportunidad de
escribir interesantes libros. Había pasado de todo. En el país hubo tal mezcla
de nacionalidades, lenguas y culturas, y se suscitaron no pocos romances entre
extranjeros y mexicanas, más algunos duelos por amor y por orgullo, que era
imposible que no surgieran obras literarias nutridas de tan diverso e
interesante material. Juan Antonio Mateos, en su novela El Cerro de las Campanas: memorias de un guerrillero (de la que ya
hablé aquí), publicada un año después de la caída del Imperio, ya nos ofrece
una aventura amorosa de Maximiliano disfrazado de un simple soldado austriaco. También
Victoriano Salado Álvarez, en uno de sus Episodios
nacionales, habla de un supuesto pleito en plena calle de dos jovencitas de
buena familia por el príncipe Carl Khevenhüller.
Menos
suerte que los escritores ya consagrados tuvieron los soldados que pelearon
desde el 5 de mayo hasta la caída de Querétaro. Algunos sencillamente no sabían
leer o sabían bien poco. Y si a eso le añadimos que los lectores mexicanos se
inclinaban por las memorias del príncipe Felix zu Salm-Salm sólo porque era
alemán y sin importar que su libro estuviera lleno de mentiras, vemos que era
muy difícil o prácticamente imposible que los soldados pudieran tener la
iniciativa o alguna motivación para dejarnos sus vivencias de forma
imperecedera en un libro.
Pero es
indudable que el Imperio marcó de alguna forma el nacimiento de la literatura
en el México independiente. Las constantes revoluciones y guerras que vivió el
país en su primer medio siglo fuera la tutela española impidieron en gran medida un
pleno desarrollo literario. Es cierto que había escritores, que se traducían y se publicaban clásicos y algunas otras obras de relevancia, pero la vida literaria del país
en el período de Santa Anna fue realmente modesta.
Si bien es cierto que el Segundo Imperio fue, a grandes rasgos, una revolución más, ésta llamó la atención de todo el mundo civilizado. Hizo de México el blanco de espectadores por todas partes incluso desde cuando apenas se especulaba que un príncipe europeo podía ocupar el “trono vacante”. Y debido al trágico final de Maximiliano, el Segundo Imperio terminó por convertirse en una fuente extraordinaria de literatura en México y en el extranjero sobre México. Y esa fuente aún no se ha agotado.
Si bien es cierto que el Segundo Imperio fue, a grandes rasgos, una revolución más, ésta llamó la atención de todo el mundo civilizado. Hizo de México el blanco de espectadores por todas partes incluso desde cuando apenas se especulaba que un príncipe europeo podía ocupar el “trono vacante”. Y debido al trágico final de Maximiliano, el Segundo Imperio terminó por convertirse en una fuente extraordinaria de literatura en México y en el extranjero sobre México. Y esa fuente aún no se ha agotado.
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