lunes, 8 de octubre de 2012

El Segundo Imperio como fuente de literatura


Hoy en día los libros de aventuras pueden ser poco apreciados, y no se diga los de viajes. Pero cuando no había televisión ni Internet la cosa era bien distinta. La literatura de viajes era el único medio que tenían los europeos para conocer el mundo, sobre todo la parte subdesarrollada que veían con incredulidad y que tanto interés les provocaba.
Los viajeros con buena prosa solían escribir libros que se convertían en superventas. Los libros de viajes a Asia, África y América venían a ser para los editores tan rentables como hoy las novelas fantásticas. México por sus bellas naturales y sus peculiaridades étnicas siempre despertó el interés de los extranjeros.  Antes del Segundo Imperio sobre México ya habían escrito dos visitantes, el barón Humboldt y la marquesa Calderón de la Barca, pero cuando aquí fue fusilado un hermano del emperador de Austria y miembro de la ancestral familia Habsburgo, las musas se les fueron encima a bastantes personajes que poco o mucho tuvieron que ver en el suceso.
La primera persona en aprovechar la curiosidad de los europeos por el México de Maximiliano para publicar un libro de viajes fue la condesa Paula Kolonitz. Ella viajó a México junto con la pareja imperial, como dama de compañía de Carlota. Estuvo en el país alrededor de medio año y se fue mucho antes de que empezara el derrumbe. Escribió un libro breve, pero muy interesante, a pesar de que no presenció nada relevante con respecto al conflicto tan intenso que estaba viviendo el país.
Al regresar a Europa muchos soldados sintieron la necesidad económica y moral de publicar sus memorias. Es cierto que entonces las guerras eran muy frecuentes, pero estos soldados volvían a Europa después de haber combatido en un país muy lejano, lleno de rarezas naturales y raciales, y donde los expedicionarios europeos habían fracasado y dejado solo a un príncipe que había sido fusilado en el Cerro de las Campanas. Por tanto, la literatura que podían producir los soldados que volvían de México despertaba mucho más el interés que la de otros.
En Europa los diarios y memorias que fueros éxitos editoriales pertenecieron a personajes que estuvieron con Maximiliano hasta el final. Las ansias de la opinión publican por saber cómo había sido el colapso del emperador alentaron a los sobrevivientes a publicar  obras literarias con sus recuerdos, maquilladas adecuadamente para dejar claro que el emperador había muerto por culpa de todos, menos del autor del libro.
En México, para los autores mexicanos, el Imperio también les dio la oportunidad de escribir interesantes libros. Había pasado de todo. En el país hubo tal mezcla de nacionalidades, lenguas y culturas, y se suscitaron no pocos romances entre extranjeros y mexicanas, más algunos duelos por amor y por orgullo, que era imposible que no surgieran obras literarias nutridas de tan diverso e interesante material. Juan Antonio Mateos, en su novela El Cerro de las Campanas: memorias de un guerrillero (de la que ya hablé aquí), publicada un año después de la caída del Imperio, ya nos ofrece una aventura amorosa de Maximiliano disfrazado de un simple soldado austriaco. También Victoriano Salado Álvarez, en uno de sus Episodios nacionales, habla de un supuesto pleito en plena calle de dos jovencitas de buena familia por el príncipe Carl Khevenhüller.
Menos suerte que los escritores ya consagrados tuvieron los soldados que pelearon desde el 5 de mayo hasta la caída de Querétaro. Algunos sencillamente no sabían leer o sabían bien poco. Y si a eso le añadimos que los lectores mexicanos se inclinaban por las memorias del príncipe Felix zu Salm-Salm sólo porque era alemán y sin importar que su libro estuviera lleno de mentiras, vemos que era muy difícil o prácticamente imposible que los soldados pudieran tener la iniciativa o alguna motivación para dejarnos sus vivencias de forma imperecedera en un libro.
Pero es indudable que el Imperio marcó de alguna forma el nacimiento de la literatura en el México independiente. Las constantes revoluciones y guerras que vivió el país en su primer medio siglo fuera la tutela española impidieron en gran medida un pleno desarrollo literario. Es cierto que había escritores, que se traducían y se publicaban clásicos y algunas otras obras de relevancia, pero la vida literaria del país en el período de Santa Anna fue realmente modesta.
Si bien es cierto que el Segundo Imperio fue, a grandes rasgos, una revolución más, ésta llamó la atención de todo el mundo civilizado. Hizo de México el blanco de espectadores por todas partes incluso desde cuando apenas se especulaba que un príncipe europeo podía ocupar el “trono vacante”. Y debido al trágico final de Maximiliano, el Segundo Imperio terminó por convertirse en una fuente extraordinaria de literatura en México y en el extranjero sobre México. Y esa fuente aún no se ha agotado.

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